Menú
Pablo Molina

Lecciones de ecumenismo

En las sociedades islámicas los homosexuales suelen estar elevados a lo más alto en la escena pública. El problema es que lo están firmemente agarrados por el cuello con una maroma.

La Alianza de Civilizaciones necesita el concurso de instituciones serias que se encarguen de propagar la buena nueva, basada en el axioma de que todas las culturas y religiones son iguales. La Casa Árabe de Madrid, regentada por la profesora universitaria y colaboradora del Grupo PRISA Gema Martín, es uno de los organismos que más se están prodigando en esta labor evangelizadora. Para la directora de la Casa Árabe no existen diferencias sustanciales entre el islam y la religión católica, como dejó claro en la entrevista que le hizo hace unos días El Periódico de Cataluña sobre esta cuestión capital para el entendimiento entre las civilizaciones. Sin ánimo de enmendar la plana a la insigne arabista, lo cierto es que hay algunos matices, que esmaltan las discrepancias entre ambas culturas no ya en el plano teológico (eso es lo de menos hasta para la Iglesia Católica, presa de una fiebre ecuménica del carajo), sino en el orden político y social.

Por ejemplo, las mujeres adúlteras, en los países islámicos, son enterradas en el suelo hasta la cintura y apedreadas hasta la muerte. En España van a los platós de televisión a contar sus infidelidades y de paso llevarse una buena pasta. En lugar de apedrearlas aquí les pedimos autógrafos.

Dice Doña Gema también que el velo en el islam no es un símbolo de discriminación y que muchas mujeres lo llevan por una cuestión de "afirmación de su identidad". Hombre, el hecho de que haya una policía especial sacudiendo garrotazos a la desvergonzada que vaya por la calle sin ir tapada de los pies a la cabeza también ayuda a esta concienciación identitaria, aunque la entrevistada omita el detalle. En Occidente, por el contrario, las señoras y señoritas visten como les da la gana, faltaría más, y últimamente enseñando "el tirachinas", algo que los varones agradecemos especialmente. No tenemos policías especializados en la represión de la impiedad pública.

En los juicios de los tribunales occidentales la declaración de un testigo vale exactamente lo mismo sea cual sea su sexo. En los países islámicos tienen la curiosa costumbre de dividir por dos si el testigo es una mujer. Para la señora Martín será una expresión pintoresca de la rica cultura árabe. Las implicadas, probablemente, tengan una opinión distinta sobre esta "excepción cultural".

En las sociedades islámicas los homosexuales suelen estar elevados a lo más alto en la escena pública. El problema es que lo están firmemente agarrados por el cuello con una maroma. En Occidente no se persigue esa conducta sexual por una cuestión elemental de dignidad colectiva, y además porque, en tal caso, el periodismo del corazón se quedaría sin representantes masculinos y ese es un precio que la sociedad española no está dispuesta a pagar bajo ningún concepto.

Si se prescinde de esos y otros muchos pequeños detalles se puede aceptar que las dos culturas son iguales. Se trata tan sólo de cambiar las hostias por ruedas de molino y hacer ejercicios diarios de ingurgitación. Por ejemplo leyendo el diario en el que, casualmente, escribe de forma habitual nuestra protagonista.

En Sociedad

    0
    comentarios