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José García Domínguez

La tercera fuerza

Destruirles el chiringuito a Rosa Díez y Fernando Savater es lo más fácil del mundo. Lo podemos hacer sin despeinarnos. Bien, adelante, hagámoslo. Pero seamos conscientes de que será la última vez. Porque la próxima ya no quedarán chiringuitos nacionales.

Estoy dispuesto a admitir que defendiendo la urgencia imperiosa de que nazca un tercer partido nacional, vivo en el error. Pues de sobra sé que para tener la razón no basta con estar en minoría. No obstante, permítase que ponga una única condición antes de arrodillarme en el ágora, confesar mi yerro y entonar el mea culpa. Una condición que, por lo demás, debería sustentar el edificio argumental de los que postulan la tesis contraria.
 
Y es que, en buena lógica cartesiana, quienes consideren perentorio forzar un aborto quirúrgico antes de que nazca esa criatura, deberían celebrar lo que nos ha ocurrido durante los últimos treinta años. Felicitar, primero, a los constituyentes por la clarividencia histórica que demostraron al redactar el Título VIII de la Constitución. Homenajear, después, a los cráneos privilegiados de UCD y del PSOE que pergeñaron la Ley Electoral. Y, por último, gritar un ¡vivan los novios! cuando, dentro de medio año, Zapatero o Rajoy, que tanto da, desfilen del bracete de la Esquerra, el PNV o CiU, camino de perder –por enésima vez– el virgo patriótico en el altar del posibilismo.
 
Me rasgaré las vestiduras antes de darme los tres golpes de rigor en el pecho, sí, pero antes quiero que Pangloss proclame que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Ese es mi único requisito previo a materializar un sincero propósito de enmienda. Deseo oír que, hace un cuarto de siglo, no nos equivocamos al diseñar un trípode que sostuviera las mayorías parlamentarias, basándolo en la premisa de que los nacionalistas moderados, valga el oxímoron, se mantendrían leales al pacto constitucional. Ruego, pues, que se me convenza de que el artículo 150.2 de la Carta Magna, ese inmenso coladero por el que está desapareciendo la soberanía nacional a borbotones, hubiese provocado idéntica anorexia terminal del Estado caso de existir un partido-bisagra de ámbito nacional. No pido nada más, apenas eso.
 
Destruirles el chiringuito a Rosa Díez y Fernando Savater es lo más fácil del mundo. Lo podemos hacer sin despeinarnos. Bien, adelante, hagámoslo. Pero seamos conscientes de que será la última vez. Porque la próxima ya no quedarán chiringuitos nacionales para nadie. Ni para esa pequeña facción de la izquierda decente que acaba de dar un paso adelante que puede ser al vacío. Ni para lo que reste del Partido Socialista cuando se consume el cambio de régimen y la nueva confederación no tenga marcha atrás. Ni tampoco para el Partido Popular de las Dos Castillas y Poco Más, que también en eso terminará.
 
Ah, claro, lo olvidaba: otrosí me caeré del caballo –de cabeza y sin casco–  si alguien me persuade de que don Mariano Rajoy ya tiene ganadas las elecciones por mayoría absoluta, y esos cuatro gatos de ¡Basta ya! vienen para hurtarle un triunfo cósmico.

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