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Agapito Maestre

El perfecto anticlerical

¿Por qué cuesta tanto comprender que los valores liberales, cuyos orígenes cristianos parecen innegables, son con toda razón defendidos por la Iglesia Católica?

Javier G. Ferrari, en La Razón (4.IX.2007), dice que la Iglesia no tiene credibilidad para oponerse a la asignatura doctrinaria, sectaria y manipuladora de conciencias (uso los mismos vocablos que utiliza en su columna el director general de Onda Cero Radio), impulsada por el gobierno de Rodríguez Zapatero. No da ninguna razón; tampoco aporta evidencias y menos aún ofrece algún saber de salvación propio que pudiera persuadirnos de su exabrupto anticlerical, que refleja siempre, según decía Ortega y Gasset, el ateo pero inteligente y sensible con la religión más grande que ha dado la historia, el grado máximo de salvajismo “intelectual”, en realidad de incultura, de las peores épocas de la historia de España.

La exhibición de anticlericalismo de Javier G. Ferrari pasará a la historia del periodismo contemporáneo con una oración interrogativa directa, que sirve de remate a su “correcta” columna: “¿Hará algo al respecto la oposición” –se refiere al PP contra la asignatura Educación para la Ciudadanía–, o dejará en manos de la Iglesia Católica, con su más que limitada credibilidad, un asunto de tanta gravedad?” ¿Por qué esta animadversión a la Iglesia Católica? ¿Por qué esta repulsión grosera a una de las instituciones más decisivas del proceso civilizador de los españoles a lo largo de su historia? Más aún, ¿podría explicar el columnista su concepción de la libertad prescindiendo de la aportación intelectual de la Iglesia Católica a su educación? En fin, ¿cómo explicar ese tópico grosero que hace a la Iglesia Católica la principal culpable de todos los males de este mundo, cuando en verdad es imposible pensar los principales valores occidentales sin el cristianismo?

Lo dicho, sí, sólo la incultura puede hacer a un hombre tan anticlerical. Por lo demás, bastaría a este columnista, y a otros muchos “progres a palos”, oír con atención los argumentos de la Iglesia Católica contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía para saber que, hoy por hoy, es la principal institución que defiende los valores de la libertad de conciencia, la libertad, y los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus propios criterios y no los de un Estado intervencionista, o peor, totalitario, que pretende, nada más y nada menos, que “educar” las conciencias y los sentimientos de nuestros niños. ¿Por qué cuesta tanto comprender que los valores liberales, cuyos orígenes cristianos  parecen innegables, son con toda razón defendidos por la Iglesia Católica? ¿Cómo no comprender, al margen de las creencias, que el cristianismo es una religión de liberta o no es?... En fin, creo que sólo la ligereza intelectual, unida a la mala fe, podría dar luz y desarrollar estos interrogantes.

Por fortuna, salí de la estupefacción en la que me dejo sumido este columnista, con la llamada de un viejo amigo, uno de los hombres más inteligentes que conozco, exquisito poeta y especialista en el estoicismo griego y romano, quien me llamaba para confesarme su pesar. Su tono era tan melancólico como sincero: “Daría la vida por la Iglesia Católica, pero no creo en Dios; la civilización occidental, especialmente la conciencia de libertad, sería imposible sin la historia de la Iglesia Católica, insistió mi amigo, pero he perdido la fe.” Lo que acababa de oír era algo más que una gratísima sorpresa. Era una lección de ciudadanía para salir de la estupefacción de la mentira.

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