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Juan Carlos Girauta

Fabricando motivos de guerra

En Madrid nunca se ha valorado lo suficiente el inmenso poder de los símbolos, ni se ha comprendido que con ellos se libra la verdadera batalla del nacionalismo.

¿Qué tienen en común el referéndum independentista de Carod, la refundación del catalanismo de Mas y la intensificación de la campaña por las selecciones deportivas de cualquiera (como el cocinero Adrià, separatista repentino a la esencia de zanahoria)? La sonrisa forzada ante el fracaso como sociedad, el mentón elevado contra la vergüenza infraestructural, el casus belli frente al más que previsible destrozo que el Tribunal Constitucional va a hacer en el estatuto que se comió las energías de la legislatura Maragall y metió a la España zapaterina en la senda del desguace institucional.

Cuanto más se extiende el nacionalismo en Cataluña, más fracasos cosecha. Y cuanto más fracasa –en su gestión, en su credibilidad, en sus proyectos–, más se extiende. Artificialmente, claro está. En la vida partidaria sólo se salvan el PPC y Ciutadans. En la calle se salva la mayoría; otra cosa es que el cinturón industrial prime al PSC tomándolo por lo que no es. Pagan el precio de conectarse a la realidad por un solo conducto; digamos El Periódico de Cataluña. En nuestra metáfora de Matrix, equivale al tubo por el que se succiona la energía a seres dormidos mientras un programa informático les confiere una especie de vigilia y de vida social.

El catalanismo opera fabricando un casus belli cada vez que la tensión patriótica se afloja. Mucho se debe estar aflojando para que hayan armado tres a la vez. La independencia a plazo fijo de Carod promete siete años de coñazo identitario y cultivo del odio, es decir, movilización. La refundación del catalanismo de Mas tiene gracia; ha visto lo de Sarkozy y se ha puesto transversal. Está tan transversal que llega horizontal a las reuniones, al modo de Norma Duval, sostenido por unos bailarines con barretina. Su proyecto de “casa común” consiste en que todos reconozcan que él es el señor, el anfitrión que generosamente invita a alojarse en su masía (en catalán, mas) al tripartito, ¡que la tiene okupada!

Con las selecciones catalanas, a mí me pasa lo que a Savater con España, pero como soy más fino no lo digo. El objetivo es crecer en el ámbito simbólico, aunque sea jugando a los bolos, extremo que propicia mucha chanza porque en Madrid nunca se ha valorado lo suficiente el inmenso poder de los símbolos, ni se ha comprendido que con ellos se libra la verdadera batalla del nacionalismo, del mismo modo que la batalla progre se libra en el léxico. Vierten millones de euros en la presencia internacional e indiscriminada de Cataluña como nación, no importa el escenario. Si acaban saliéndose con la suya será por los errores analíticos, la falta de vigor y el exceso de cálculo electoral de quienes vienen obligados en primera instancia a impedirlo.

En España

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