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José Vilas Nogueira

Los totalitarismos tribales contra la nación

Gracias al impulso progresista del actual gobierno PSOE-Bloque, pronto nos situaremos en la vanguardia de la exclusión de la bandera nacional.

Una reciente sentencia del Tribunal Supremo (debió ser a finales de julio) obligó al Gobierno vasco, en cumplimiento del artículo 4.2 de la Constitución y de la llamada “Ley de banderas” (Ley 39, de 28-10-1981) a colocar la bandera nacional en todos los edificios públicos. Naturalmente, se armó la de Dios es Cristo. No sólo los nacionalistas terroristas sino también los “demócratas” (y algunos de sus “democráticos” socios no nacionalistas) se rasgaron las vestiduras ante esta nueva muestra de judicialización de la política y de involución centralista. Hay que reconocer que no les falta un punto de razón, acostumbrados como están a ciscarse en la Constitución, desde el mismo día de su promulgación, ante la pasividad de los partidos nacionales. Temen estos más ser acusados de “centralistas” que, según sus respectivas devociones, la excomunión papal o la cólera del ectoplasma de Pablo Iglesias. Y, tras ellos que venga el diluvio.

En el Boletín de la Fundación DENAES (Defensa de la Nación Española), del 6 de agosto pasado, estas buenas gentes (tan arrojadas como marginadas por el establishment) anunciaban medidas para intentar que el Gobierno de Zapatero ejecute aquella sentencia, no vaya a quedar en el limbo de las resoluciones judiciales incumplidas. Más tarde el diario El Mundo dedicaba amplio espacio a la cuestión de las banderas. Ocupa el espacio preferente de la portada, con titulares a toda plana. E ilustra la información con dos fotografías del pueblo de Lizartza, gobernado por la popular Regina Otaola, una más de la serie de heroínas vascas de nuestros días, que suscitan tanto asombro como admiración.

En una de las fotos se ve la Casa Consistorial, en la que los abertzales taparon la bandera española con una ikurriña desplegada, sobre la que se puede leer en vasco “la nuestra”. En la otra, la alcaldesa pasa para la misa, rodeada de guardias, ante sus vecinos, caras de iscariotes y bocas abiertas, y no por la admiración. Como las fotos no permiten oír las voces, el texto lo aclara. Lo más suave que le llamaron fue “franquista”. Pues, ya verán como el Fiscal General del Estado no procede contra estos vociferantes; él tan sensible a las voces si provienen de pobres gentes del PP. Claro, al final, ni PP ni gaitas; debían ser psicofonías de los chequistas del 36.

El diario también consagra su principal editorial al asunto, y publica un informe de más de dos páginas que enumera muchos de los casos de los centenares de incumplimientos de la Constitución y la Ley de Banderas por ayuntamientos del País Vasco, Navarra y Cataluña. Infortunadamente, el Cacicato gallego, en el que vivo, está ausente. Pero, gracias al impulso progresista del actual gobierno PSOE-Bloque, pronto nos situaremos en la vanguardia de la exclusión de la bandera nacional.

Ya se han dado los primeros pasos. Según cuentan en la Vicepresidencia, las Consejerías y sus dependencias del hemi-gobierno nacionalista, ya no figura. Pero, sobre todo, han llevado la batalla contra el odioso símbolo, y todo lo que representa, al sistema escolar. El Vicepresidente Quintana ha inaugurado sus galescolas, siguiendo el progresista ejemplo de las ikastolas. El pueblo gallego está entusiasmado. Es verdad que ni el 13,5% del censo votó al Bloque; es igual porque ese exiguo porcentaje les ha instalado en el gobierno del cacicato. Pero, estábamos hablando de banderas. Pues, los niños de estos centros (de 0 a 3 años) han de llevar obligatoriamente un uniforme con el logo de la patriótica institución: la silueta de una cara inscrita en la de una casita, con mástil y bandera. ¿Cuál bandera? Pues, “la nuestra”, por supuesto, la gallega. Nuestros totalitarismos tribales, tan “democráticos”, convertirán, si les dejamos, a Hitler y Stalin en benévolos liberales.

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