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Iraq en el Congreso: las claves del debate

Bush está en condiciones de lograr imponer su política en el Congreso. No será un triunfo total, tendrá que retirar algunas tropas… pero si lo consigue su legado saldrá a flote.

El sexto aniversario del 11-S ha coincidido este año con el arranque del debate en el Congreso sobre la estrategia a seguir en Iraq; un debate en el que Bush se juega el control del tema más importante que queda en la agenda presidencial. Con mayoría en las dos cámaras, los demócratas están en condiciones de bloquear los fondos necesarios para ejecutar la estrategia en Iraq. Sólo convenciéndoles de que el plan establecido por el comandante en jefe de las tropas norteamericanas en Iraq, el general Petraeus, está funcionando, podrá lograrlo.

El debate ha venido precedido por la publicación de varios informes y por filtraciones de todo tipo sobre cuál es la situación real. En el fin de semana la prensa progresista se ha empleado a fondo para restar mérito a los éxitos logrados por el nuevo mando militar y acumular argumentos en contra de la política sustentada por el Presidente.

La semana será, sin duda, agitada. Pero de entre la maraña de posiciones queremos subrayar las que serán determinantes en el momento de la votación.

Republicanos y demócratas, analistas de uno y otro signo que siguen día a día el conflicto y que han estado recientemente en Iraq, reconocen que la nueva estrategia está funcionando. Todavía falta por llegar una de las brigadas solicitadas por Petraeus y aún así los resultados están a la vista. Podríamos aventurar que estamos ante una nueva figura de la milicia norteamericana o que sus predecesores fueron nefastos o ambas cosas. En cualquier caso no hay duda de que la estrategia establecida por Rumsfeld y el general Casey fracasó. Su idea de que una presencia pequeña obligaría a los iraquíes a movilizarse no funcionó. La limitada presencia creó las condiciones para que los distintos grupos que conforman la insurgencia ocuparan el espacio, condenando al país a una grave inestabilidad. Petraeus, responsable de la nueva doctrina contrainsurgente norteamericana, ha logrado un equilibrio entre el conocimiento depositado en las bibliotecas tras siglos de guerras contra guerrillas de todo tipo y las características específicas del enemigo actual. El resultado está a la vista y funciona.

Con los logros que el general Petraeus y el embajador Crocker presenten en el Congreso, Bush tratará de forzar la voluntad de los senadores demócratas, miembros de un partido que ha hecho de la denuncia de la Guerra de Iraq su principal baza electoral, gracias a la cual han conquistado la mayoría en ambas cámaras. Su principal argumento será el limitado avance realizado por el gobierno de Maliki en la aproximación de posiciones entre las distintas formaciones políticas, para lograr un acuerdo suficiente que permita la reconstrucción política y económica. Su denuncia está bien fundada. Maliki es un mal socio, es sectario y miente más que habla. Tan cierto es eso como que no hay mejor opción a la vista. En esas circunstancias ¿qué sentido tiene que las fuerzas norteamericanas vayan consolidando territorio y derrotando a al-Qaeda en Iraq, si al final un conflicto entre los grandes grupos es inevitable?  Bush tendrá que insistir en que sólo creando unas condiciones de seguridad el proceso político podrá seguir adelante, pero no lo tendrá fácil.

El alto mando militar tampoco va a resultar de gran ayuda al Presidente. Los miembros del Estado Mayor son co-responsables de la estrategia fallida, pero siguen defendiéndola. No comparten los presupuestos de Petraeus y no le van a ayudar. El almirante Fallon, comandante en jefe del Mando central y, por lo tanto superior inmediato de Petraeus, rechaza la asignación de un alto número de tropas a Iraq por una razón fácil de entender. El ámbito geográfico de su Mando incluye Iraq, Afganistán e Irán. Con el actual reparto de tropas no dispondría de fuerzas para afrontar una crisis con el régimen de los ayatolas.

Antes del verano los demócratas daban por resuelta la crisis política. Como Harry Reid, líder demócrata en el Senado, había declarado, la guerra ya estaba perdida y sólo cabía la retirada. Los demócratas no eran el Partido de la Derrota, sencillamente Bush había planteado mal el conflicto y ya no había nada que hacer. Pero la llegada de Petraeus se ha llevado por delante ese argumento y los demócratas vuelven a ser, por méritos propios, en Vietnam como en Iraq, el Partido de la Derrota. La victoria no es segura, pero sí es posible. Ya disponen de una estrategia contrainsurgente operativa ahora hay que aplicarla con constancia y decisión. Los demócratas están deseando poder demostrar lo contrario, pero los hechos van a resultar difíciles de obviar.

El debate, como todo lo que ocurre ya en la política norteamericana, está afectado por la campaña presidencial. Los republicanos tienen dificilísimo, sino imposible, recuperar el control del Senado, pero la Presidencia está mucho más a mano. Iraq va a ser uno de los temas claves. De ahí que Hillary Clinton haya abandonado a los líderes de su Partido en el Capitolio para situarse en una posición centrista, dispuesta a colaborar en la victoria final. Sus pronunciamientos se hacen más firmes a medida que su principal contrincante, el senador progresista por Chicago, Barak Obama, se hunde por sus irresponsables declaraciones en política exterior.

Bush está en condiciones de lograr imponer su política en el Congreso. No será un triunfo total, tendrá que retirar algunas tropas… pero si lo consigue su legado saldrá a flote y su partido afrontará las próximas elecciones con la moral más alta y, quizás, con unas expectativas menos desastrosas.

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