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José García Domínguez

Un negro contra el castellano

Resulta que los únicos dispuestos a mover un dedo en favor de la lengua común no sólo resultan ser catalanes de origen, sino gentes a las que, además, el dominio de la lengua vernácula no les supone expectativa alguna de promoción económica o social.

Eufórico titular a tropecientas columnas en la portada dominguera del “Avui”: “Les escoles eviten impartir assignatures en castellà”. Al parecer, en Cataluña únicamente estará prohibido objetar a Educación para la Ciudadanía, así, juntas y revueltas en un pack. Sin embargo, a la educación y a la ciudadanía, cogidas por separado, no sólo cabrá renunciar sino que será obligatorio hacerlo a partir de hoy, tal como celebra el decano de la prensa gratuita en España. En fin, tampoco es que el asunto nos reporte mayor novedad.

Simplemente, José Montilla barrunta que los decretos-ley del Gobierno del Reino de España son conceptos discutidos y discutibles. Y en consecuencia, ha ordenado que aquella mísera tercera hora de docencia en castellano que estableciera el Ministerio de Educación no sea prescriptiva en ninguna escuela catalana. Miento, en ninguna salvo en el colegio alemán donde estudian sus dos hijas. Nada nuevo, pues, bajo el sol del catalanismo progresista. Por eso, tras el punto y seguido, la tentación del columnista sería proceder a un “corta y pega” con cualquiera de las decenas de artículos que ha escrito sobre la violación permanente de los derechos civiles en este triste rincón del Mediterráneo, y salir a tomar otro café.

Sin embargo, aún hay algo que el columnista nunca se ha querido decir a sí mismo sobre la lenta eutanasia cultural que le aplican a su tribu. Y es que le hubiera gustado pontificar que los suyos están “alienados”, eufemismo canónico del que tanto gustaban los marxistas para referir que las masas son imbéciles. Pero bien sabe él que la realidad siempre resulta un poco más compleja que sus prejuicios. Porque, por desgracia, en ese asunto de las lenguas en Cataluña el diputado Robles no da una a derechas y el estilita Cuesta (Tomás) merodea muy cerca de la verdad.

Así, contra lo que predica el primero, a los negros (la voz “xarnego” es una palabra de etimología occitana que significa piel negra) que siguen apoyando con fidelidad perruna al PSC nadie los engaña: cada cuatro años, acuden al matadero lingüístico de motu propio. Y al tiempo, esa “droite divine” de Ciutadans contra la que echa pestes el otro, efectivamente, es tan de derechas como divina; o sea, de raíces autóctonas, catalanoparlante, ilustrada, de clase media-alta y votante habitual del PP.

Los únicos dispuestos a mover un dedo en favor de la lengua común no sólo resultan ser catalanes de origen, sino gentes a las que, además, el dominio de la lengua vernácula no les supone expectativa alguna de promoción económica o social. No, no es una paradoja, es un capítulo más de ese culebrón sórdido e interminable que se titula “La lucha por la vida”. De ahí mi certeza: el día que el negro Montilla fuese capaz de recitar –sin trabucarse– que "setze jutjes d´un jutjat mengen fetge d´un penjat", el catalanismo político en bloque renunciaría al idioma como seña de identidad del nacionalismo. Lástima que eso no vaya a ocurrir nunca.    

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