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Juan Carlos Girauta

La advertencia

Hoy, a los de Sirera no les va a desalojar nadie de unas calles que también son suyas. No son catalanes de segunda. Van donde les da la gana en el ejercicio de su libertad. Palabra que ha perdido su sentido en el país artificial de Puig, Saura y Carod.

Este es el aviso que acaban de dejar en la sede barcelonesa del PP. Rojo de sangre, obvio y obsceno, que significa: no sois catalanes y, por tanto, en la Diada no podéis comportaros como tales. La gran premisa –no es catalán quien no es nacionalista– es compartida por CiU y el tripartito.

El portavoz de Convergència en el Parlament, el "soberanista" Felip Puig, un señor que gusta de exhibirse con la estelada de los independentistas, ha calificado la presencia de representantes del PP en la ofrenda floral a Rafael de Casanova como una provocación. O sea, que si les pasa algo será porque se lo han buscado.

La advertencia en rojo anuncia que sí, que algo va a pasar. Si así fuera, Felip Puig será responsable por señalar a los de Sirera con el dedo: ¡Esos no! ¡Esos fuera! CiU lentamente, y el tripartito apresuradamente, han acabado por batasunizar la vida política catalana.

Si la amenaza se cumple, el conseller Saura será responsable. En sus manos está el departamento de Interior y dispone de abundantes señales de peligro. Por su cargo, está obligado a mantener el orden público y garantizar el libre ejercicio de sus derechos a todos los ciudadanos. Aunque algunos le repugnen por simpatizar con el PP.

Que no venga Saura después con excusas. Sabemos de su inveterada negligencia, de su proverbial inoperancia. Sabemos de la ausencia de efectivos policiales cuando está en peligro la integridad física de los no nacionalistas, llámense PP o Ciutadans. Esta vez no tendrá justificación. Si pasa algo tendrá que rendir cuentas. Que no le quepa duda, no podrá zafarse.

Si algo indeseable sucediera, también habrá que ir a ponerle un micrófono delante a Carod. Él más que nadie ha trazado una línea divisoria sobre el suelo catalán, convencido de la enorme generosidad de su concepto de nación, en la que cabe –¡como presidente!– un señor de Iznájar... siempre que agache la cabeza, pida perdón por su balbuceo, haga profesión de fe nacionalista y promueva con entusiasmo la discriminación y las multas lingüísticas. El vicepresidente de la Generalidad, Carod-Rovira, ha tensado más que nadie la cuerda de la convivencia en Cataluña.

El PP de Aleix Vidal-Quadras pudo acudir a la ritual ofrenda de la Ronda de San Pedro, pudo el de Alberto Fernández y pudo el de Josep Piqué, hasta que se hartó de insultos, amenazas, escupitajos, monedas y huevos arrojadizos. Hoy, a los de Sirera no les va a desalojar nadie de unas calles que también son suyas. No son catalanes de segunda. Van donde les da la gana en el ejercicio de su libertad. Palabra que ha perdido su sentido en el país artificial de Puig, Saura y Carod.

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