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Generación 11-S

Los yihadistas no quieren nuestras riquezas, ni tomar el poder en nuestras capitales. Aspiran a instaurar un califato que consiga imponer la ley coránica sobre todos nosotros y someternos a ella.

El 11 de septiembre de 2001 pasará a los anales de la Historia como una fecha en la que cambió el mundo. Aunque en Europa –y más ahora con la distancia de los seis años transcurridos desde entonces– se prefiere pensar que "aquello" fue un episodio de entre tantos, alarmante pero pasajero, los hechos se empecinan en demostrar lo contrario: así como noviembre de 1989 fue el final del sistema comunista y la tiranía de la URSS, los ataques de Bin Laden de 2001 fueron un mazazo estratégico contra Occidente.

La URSS se deshizo como un azucarillo por su incapacidad interna y por la presión externa. Occidente ha sabido aguantar mejor el envite, pero solo gracias a la actitud y el empeño de unos pocos hombres: Blair en el Reino Unido, Aznar en España y Bush en Norteamérica. Los dos primeros han desaparecido de la escena política y al tercero ya le quedan unos pocos meses para poner fin a su presidencia. ¿Qué puede ocurrir cuando ya no quede ninguno en el poder?

Es verdad que la generación 11-S no se mide por la edad de sus miembros, sino por sus convicciones y sus deseos. Para empezar, considerar la yihad global –y no sólo Al Qaeda– un problema existencial para los occidentales y el sistema liberal. Combatir Al Qaeda era necesario en primera instancia, pero la guerra santa del islamismo radical no es un invento de Bin Laden; al contrario, Al Qaeda es un producto del radicalismo teocrático. Por eso no basta con decir que europeos y americanos comparten una misma percepción de la amenaza que se cierne sobre nosotros. En Europa seguimos aferrados a ver a Bin Laden como un criminal. Más poderoso, pero criminal al fin y al cabo. Mientras que para la generación 11-S Bin Laden y sus secuaces son, sin lugar a dudas, enemigos combatientes.

Muchos en Europa tienden a interpretar los diversos actos terroristas como acontecimientos aislados, sobre todo porque no suele haber conexión física ni personal entre los terroristas. Pero ese se debe a que Europa niega la yihad global en sus planteamientos actuales y, en consecuencia, no puede entenderse ni sus instrumentos ni sus procedimientos. La generación 11-S sabe que para el extremismo islamista, la yihad es un fenómeno sin fronteras y que su objetivo es igualmente algo que no respeta naciones: la umma o comunidad universal islámica. Los yihadistas no quieren nuestras riquezas, ni tomar el poder en nuestras capitales. Aspiran a instaurar un califato que consiga imponer la ley coránica sobre todos nosotros y someternos a ella.

La generación 11-S es consciente de lo que nos jugamos en tanto que sociedad abierta y tolerante. No todos los líderes forman parte de ella. Rodríguez Zapatero es un hombre que niega el significado del 11-S. Es un hombre del 10-S, para el que nada sustancial ha cambiado, aunque por resultar más moderno se autodefina como del 12-S. Es una de las muchas cosas que le distancian de un Gordon Brown acosado por sus propios islamistas o un Sarkozy deseoso de librarse de ellos.

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