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José García Domínguez

La única salida

Los pobres bárbaros del norte se rebajaron a pactar la grosen coalitionen por una razón bien absurda: porque no les quedaba otro remedio. Nada que ver, pues, con el luminoso horizonte que se abrirá ante el PP en caso de derrotar al zapaterismo

Como es sabido, en el Diccionario de prejuicios, aquel inventario que cocinó Flaubert con las tonterías que conviene repetir en público con tal de pasar por un tipo sensato, se establece que el idiota canónico siempre habrá de pontificar que los cipreses sólo crecen en los cementerios, que Maquiavelo era muy malo, que todos los juguetes deberían ser educativos y que la Bolsa constituye el mejor termómetro de la opinión pública. Lástima que la muerte prematura del de Rouen interrumpiese su magna empresa en pos de catalogar la estupidez portentosa de los hombres.

De ahí, por ejemplo, que ya nunca pudiera escribir el diálogo en el que Bouvart, con tono solemne, sentenciaría: "Mi querido Pécouchet, los gobiernos de coalición entre dos grandes partidos nacionales únicamente se pueden producir en situaciones de guerra con una potencia extranjera, terremotos de grado nueve en la escala de Richter o cataclismos cósmicos de gravedad pareja". A lo que su inseparable cuate replicaría: "Oh, naturalmente, mi admirado Bouvart, naturalmente. Por cierto, le propongo que nos alleguemos, usted y yo, hasta Berlín a explicarle esa obviedad incuestionable a la vieja fracasada de Ángela Merkel."

Viene este prólogo a cuento para felicitarnos de que, aquí, a ningún orate se le haya pasado por la cabeza imitar tamaño atentado alemán contra la ley de la gravedad lógica. Y es que sería absurdo compararnos a nosotros, gloriosos líderes de la Champions, con esos toscos comedores de salchichas condenados a jugar de por vida en la Intertoto del G-8. Al cabo, los pobres bárbaros del norte se rebajaron a pactar la grosen coalitionen por una razón bien absurda: porque no les quedaba otro remedio. Nada que ver, pues, con el luminoso horizonte que se abrirá ante el Partido Popular en caso de derrotar al zapaterismo en la tanda de penaltis.

A saber. Ora con la bula de CiU, ora con la bendición del PNV, don Mariano procederá a instar al Tribunal Constitucional para que emita la sentencia que debe dar la razón a Pasqual Maragall en cuanto a la radical inconstitucionalidad del engendro alumbrado por Artur Mas. A continuación, y entre besos y arrumacos de idénticos compañeros de cama, el Gobierno en minoría del PP suspenderá la autonomía vasca como respuesta al referéndum secesionista promovido por su socio, el lehendakari. Al tiempo, sin prisas pero sin pausas, Rajoy abrirá un proceso de reforma constitucional cuyo fin confeso sea blindar las competencias del Estado, preámbulo necesario del rescate urgente de las delegadas a Cataluña y el País Vasco por el coladero del famoso artículo 150.2. Labores legislativas todas ellas que, por cierto, en nada habrán de enturbiar el idilio con los micronacionalistas cara a la perentoria demolición por derribo de la Ley Electoral.

En fin, suerte que en maitines aún reina el sentido común de Pío García Bouvart y Albertito Pécouchet; si no, estaríamos perdidos.

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