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Serafín Fanjul

El partido de Penélope

Si para ellos, los savateres, España es un mero problema de sudores y soplidos unos dedos más abajo del ombligo, no sé qué pito ni qué flauta tocan en el nuevo partido.

No me refiero a esa Penélope, sino a la otra: aquélla, procedente de la Épica, que pasó a la Historia por haber urdido sagaz industria para irse librando de unos pesadísimos pretendientes que le comían la hacienda con vistas a comérsela a ella entera. Mientras, su marido andaba tonteando con Circes, Didos y sirenas y chafándole su único ojo al Cíclope al que, no sé por qué, veo un parecido con Pedro Solbes, próspero ciego de profesión. Mas dejemos a los troyanos, a los aqueos y los lotófagos y pensemos en la acción fundamental de la bella Penélope (la otra, de nuevo): tejer y destejer. Lo que apaña por el día, lo desbarata en la noche. También son ganas... de ser fiel al coime y, de camino, de no caer en las fauces de un macarra con clámide y sin grebas. Tejer y destejer, ya digo. Resultado cero, en términos económicos y políticos.

La mala uva y el desencanto que en sectores hasta de izquierda ha provocado Rodríguez fueron gestando la conversión del descontento en movimiento político, la traducción en cabezas visibles y acciones publicitarias del malestar conseguido durante cuatro años por la traición sistemática al ideario socialista y a la patria común, por la incompetencia y el amiguismo, por la utilización del Estado y sus pertenencias como Puerto de Arrebatacapas donde pagar a los sumisos y pulverizar a opositores y tibios. Como es sabido, el punto de mayor fricción y conflicto es la unidad nacional, que ya no anda en almoneda, sino corriendo de mano en mano de compradores o arrendadores descuidados, cada uno atizándole su bocado, su pellizco o soplamocos. Según.

Y ahí aparece Rosa Díez, cumpliendo el papel que otros no pudieron, o no quisieron cumplir. Porque en el PSOE abundan los rezongones de pasillo, pero también los estómagos agradecidos que, sin el pesebre del partido, vivirían ayuno perpetuo. Y no es plan, hija, no es plan. Como quiera que sea, vaya nuestra simpatía por algunas de las personas que, bien como dirigentes, bien como simpatizantes, han mostrado su apoyo a un intento de componer una izquierda nacional y que no se avergüence de ser ambas cosas, armonizando conceptos y posturas que, de ningún modo, son antitéticos y cuyo actual dislocación y enfrentamiento proceden, a partes iguales, del oportunismo y de la monumental incultura política e histórica de la autotitulada "izquierda", tan atenta a negocios y corbatas como despectiva con la Nación que les da de comer a diario. Sin embargo, nuestra simpatía personal por Rosa Díez, Maite Pagazaurtundúa o Boadella no puede llegar a cegarnos del todo. El caso de Mikel Buesa no lo vemos claro y, por lo tanto, preferimos no opinar, aun suponiendo –por descontado – que mientras no se demuestre lo contrario, es una persona honrada, con broncas y choques con compañeros en la desgracia y la persecución, pero básicamente honrado. Y no es poco en la España actual.

Son los que tejen de día. Pero, junto a ellos, personajes turbios de trayectoria zigzagueante y contradictoria, eficientes comensales en la mesa de Polanco, han olido que hoy tocan otros papeles no menos estelares y –tal vez – fructíferos que los disfrutados hasta la fecha de la mano de González y Rodríguez, pero que para marcar bien su territorio deben acudir a la reinvención cotidiana del nacionalcatolicismo –cuyas injerencias y preponderancia no vemos por parte alguna – y a una toma de posición respecto a la Nación Española que, como mínimo, debe alertarnos sobre las metas reales de esta gente. Si para ellos, los savateres, España es un mero problema de sudores y soplidos unos dedos más abajo del ombligo, no sé qué pito ni qué flauta tocan en el nuevo partido. A no ser que su verdadero objetivo, que en modo alguno creo que sea el de Rosa Díez, consista en impedir que gane las elecciones el PP distrayendo unos cientos de miles de votos de la prioridad básica en este momento: sacar de La Moncloa al okupa que la ocupa. Son los que destejen.

Y ahí llegamos a una evidencia: los votos no son de nadie sino de los votantes y el UPD –o como se llame– tiene el mismo derecho a pedirlos que otro cualquiera. Una obviedad. Otra cosa es la conveniencia global de dividir la protesta contra Rodríguez, aunque a la vista de los titubeos e inconsecuencias del PP –obsesionados sus más conspicuos mandones con la pesadilla del centrismo y la moderación– uno a veces no sabe si preferir la tisis a la pelagra, o sea abstención o muerte, o dicho de otro modo, socialismo o muerte. Y valga la redundancia, que diría un cubano. Sin enredarnos en elucubraciones de a quién va a restar más votos el UPD –me temo que a la izquierda, pocos, porque la golfería ambiental es mucha–, lo que sí podemos hacer es reclamar a don Mariano que se deje de alardes de Repelente Niño Vicente planteando baterías de cinco mil preguntas al gobierno –oigan: que no exagero– y se moje bien mojado en lo que de verdad nos preocupa a sus votantes: la unidad y subsistencia de nuestro país. Que orille los terrores ante el qué dirán los asalariados del negocio de Polanco y denuncie con claridad la hecatombe y basura que todos los días nos vuelca encima Rodríguez. Verá qué poquita pupa le hace el partido de Penélope, la otra.

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