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José García Domínguez

Instrucciones para civilizar a Ibarreche

Al cabo, aunque los pobres sean nacionalistas, no dejan de ser nuestros nacionalistas. Razón de que en su caso estemos doblemente obligados a aplicar la máxima cristiana de enseñar al que no sabe.

Imposible no reconocer a ese clásico de la España cejijunta, el gañán de provincias que hace alardes testiculares a voz en grito desde la barra del bar, cuando se contempla a Ibarreche amenazando al Estado. Así, ayer, como siempre a la hora de los vinos, el lehendakari dio otro puñetazo en el mostrador antes de preguntar si el Gobierno planea enviarle la Policía por el asunto de su referéndum. El gran problema de los gudaris es que son muy buenos violando leyes, llevándose el dinero de la caja, tirando piedras y pegando tiros en la nuca, pero acusan una limitación congénita para manejarse con el pensamiento abstracto. De ahí que, más que antidisturbios, lo que habría que mandarle a Juanjo es el enorme excedente de profesores de filosofía y lógica que dejará sin trabajo la implantación de Educación para la ciudadanía. Porque lo que asiste a ese Estado al que quieren echar un pulso es la fuerza de la razón, no la razón de la fuerza. Y eso a pesar de que, circunstancialmente, lo dirija un idiota en el genuino significado griego del término.

Es menester, pues, que se haga un esfuerzo pedagógico con ellos; sobre todo, porque hemos tendido a pasar por alto la aportación intelectual que ha realizado el nacionalismo a la cultura universal. A los socialistas les cabe presumir –con razón– de teóricos de la talla de Marx, Engels, Gramsci y tantos otros. Los liberales exhiben con orgullo las obras de Adam Smith, Hayek o Popper. ¿Pero a quién nos pueden enseñar los nacionalistas? ¿Sabino Arana? ¿Prat de la Riba? ¿Mussolini? ¿Carod Rovira? ¿Ese notario López que ignora el abecé de los principios fundacionales de la ONU ("todo intento encaminado a romper total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de las Naciones Unidas")?

Al cabo, aunque los pobres sean nacionalistas, no dejan de ser nuestros nacionalistas. Razón de que en su caso estemos doblemente obligados a aplicar la máxima cristiana de enseñar al que no sabe. En fin, en la primera lección, o unidad didáctica que es como se dice ahora, procedería informar a Juanjo de que los vascos – y, por cierto, también los catalanes– ya se autodeterminaron en su día, refrendando por aplastante mayoría la Constitución de 1978. En la segunda, cabría explicarle el significado de la voz "tautología" para que no volviese a caer en esos toscos razonamientos circulares tan suyos; los del tipo: "Euskadi tiene derecho a la autodeterminación porque es una nación". En el control, que ahora también se dice así, el alumno Ibarreche habría de responder a la siguiente cuestión: "Puesto que, antes de votar, se asegura que Euskadi es una nación ¿qué valor tendría lo que opinasen los vascos y las vascas en las urnas? ¿O acaso dejaría de serlo para siempre si ganase el 'no'?"

Si llegados a ese punto del temario progresara adecuadamente, Juanjo se habría ganado su buena copita de Chacolí. O mejor un par, que igual con una sola ya no se motiva.

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