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Cristina Losada

La falsa ola republicana

Los quema-retratos, como los proetarras, no le votarán a él, pero sí a partidos que su PSOE vislumbra como aliados. Los ocho escaños de ERC en el Congreso han sido cruciales. A Zapatero le conviene que no decaigan.

La tradición republicana española murió prácticamente con la II República. Hay ahora, por supuesto, partidarios de la república, pero los que lo son seriamente nada tienen que ver con aquellos republicanos que asoman en las páginas de Camba, Pla y otros cronistas de la época; aquellos que creían fervientemente que los males de España, hiperbolizados por la generación del 98, se solventarían cuando sonaran los acordes del Himno de Riego. Tanto desapareció esa tradición que, como cuenta César Alonso de los Ríos en la entrevista que le hace aquí Antonio Golmar, entre los antifranquistas de más solera la II República no era tema. "Hablar de Besteiro, de Azaña o de Fernando de los Ríos, en nuestra generación, era un disparate."

Entre los que nutriríamos las menguadas filas de la oposición a la dictadura en sus años postreros, pasaba lo mismo. Se idealizaba la República, pero nadie planteaba la vía republicana como solución mágica. La extrema izquierda estaba en la dictadura del proletariado y el PCE en la reconciliación nacional. El PSOE, como es sabido, apareció a los postres. Llegó con un discurso más a la izquierda que los comunistas y propuso la república en algún momento del proyecto constitucional, pero esos aires se le quitaron pronto. Durante veintitantos años la disyuntiva monarquía-república no ha sido tema. Y ahora tampoco lo es.

Lo que ha ocurrido estos años es el resultado de que un Partido Socialista derrotado por el PP en 1996 y 2000 repescara en su baúl de los recuerdos viejos temas que lo hicieran resurgir de la ciénaga felipista como la auténtica alternativa de izquierdas. Para ello sacaron también el espantajo de una derecha a la medida, la del cliché: cavernaria, clerical, franquista y facha. Hurgar en las fosas, condenar el franquismo con décadas de retraso so pretexto de la amnesia de la Transición, recuperar la II República como referente y declararse republicanos ma non troppo forman parte de esa puesta en escena. El PSOE rellena con esos y otros materiales su vacío ideológico, marca distancias siderales con la derecha, se abraza a los nacionalistas y busca caladeros de voto que había perdido o no había explotado. Ha sido una opción estratégica. Ni el PSOE ni Zapatero son ni dejan de ser republicanos. Son lo que en cada momento creen que les resulta más provechoso. Oportunistas.

Es desde esa perspectiva que conviene examinar las quemas de retratos de los Reyes y otras llamaradas que prenden los secesionistas y que los socialistas se cuidan de no apagar, lo que equivale a dejar que se extiendan. Zapatero ya no puede aspirar a una mayoría absoluta. Si no la consiguió después del 11-M y con el voto extra para echar al PP, menos ahora. De obtener la simple o hasta sin ella, ZP dependerá de la voluntad de los nacionalistas y aún de los más extremos: de los que cosechen el voto de los fanáticos y radicales de salón o tea. Ceder a esas corrientes y grupos el terreno necesario para que crezcan y lleguen encendidos y movilizados a las elecciones resulta instrumental para el futuro de José Luis. Los quema-retratos, como los proetarras, no le votarán a él, pero sí a partidos que su PSOE vislumbra como aliados. Los ocho escaños de ERC en el Congreso –ocho, para los que nunca tuvieron más de uno– han sido cruciales. A Zapatero le conviene que no decaigan. Sin olvidar a la no ilegalizada ANV.

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