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Carlos Rodríguez Braun

Entre el malvado Ricardo y el buen Estado

Si no hay mercado libre, entonces el desarrollo industrial se produce en beneficio de los industriales protegidos, pero no de la comunidad.

Con gran entusiasmo, y bajo el título Las miserias del neoliberalismo, reseña N. M. en El País un libro de E. S. Reinert que, afirma N. M., "desmonta los mitos neoliberales... como el de la libertad de mercado, que está destruyendo nuestro propio tejido industrial", y protesta contra el "dominio prácticamente total de la teoría actualmente prevaleciente: la del economista inglés David Ricardo, que data de 1871 [sic], y que se ha convertido en el eje de nuestro orden económico mundial".

La retórica es notable. Parece que el mercado libre es una cosa perversa que "destruye nuestro propio tejido industrial", y es como si el neoliberalismo miserable nos arrancara nuestra propia piel. Nadie le explicó a N. M. en el máster de El País que la industria no es un tejido, y que la competencia puede dar lugar a muy diferentes industrias en beneficio de los industriales y de la comunidad. En cambio, si no hay mercado libre, entonces el desarrollo industrial se produce en beneficio de los industriales protegidos, pero no de la comunidad.

Que don David Ricardo ejerza un "dominio prácticamente total" de la teoría económica actual y que sea el "eje" de la economía mundial es una exageración, no sólo en el campo estrictamente analítico sino también porque el comercio libre está lejos de ser una realidad.

Se dirá que quizá N. M. carece de formación, pero eso, como el valor al soldado, se les supone a los parlamentarios, y los muy ilustres Carles Campuzano (CiU) y Emilio Olabarría (PNV) han proclamado que el Estado del Bienestar, "síntesis ideológica de humanismo cristiano y la socialdemocracia [es] el modelo conocido hoy y el único viable hacia el futuro". Vamos, que entre Dios y la corrección política, aquí las autoridades están legitimadas para avanzar sobre bienes y libertades, y nadie puede protestar. Estamos como en el célebre concurso televisivo imaginado por Les Luthiers: "El que piensa... ¡pierde!"

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