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Cristina Losada

Nueva entrevista con el vampiro

El mayor gesto de firmeza que puede esperarse de Zapatero frente al intento de convocar un referéndum de autodeterminación en el País Vasco es que este martes reciba a Ibarreche en La Moncloa sin su sonrisa ritual y con el ceño fruncido.

En España, los vampiros no son como en Transilvania. Para empezar, aquí son vampiros políticos, y huelga decir que esa condición lleva aparejado el aspecto económico. Miran mucho por la pela, pues el botín que arramblan es el trofeo que se llevan de la capital del reino como señal de que la reivindicación nacionalista, doctrina de la que se reclaman estos dráculas, tiene sus ventajas materiales para la población dominada por ellos. Pero llegado el momento previo a las elecciones, trámite por el que han de pasar, mal que les pese, estos chupasangres que también son chupatintas, elevan el diapasón de la exigencia política. Lo hacen para incentivar el voto de sus huestes, cebadas con el mito identitario, y a fin de subir su precio ante la eventualidad de que se necesite su voto o su abstención para formar gobierno. Aunque ya se ha dado el caso, con el nuevo Estatuto catalán, de que un partido –el socialista– impulse la reclamación desmesurada para crearle un foco de conflicto al partido rival.

Ibarreche lanzó su órdago, como gustan de recordar los Pepiños, a finales de 2003, bajo el Gobierno Aznar y con las generales a pocos meses, como ahora. Y por las mismas fechas en que Maragall, investido presidente, proclamaba la cruzada del nuevo Estatuto. Zapatero le ayudó en aquella campaña –y se autoayudó en la suya– con la promesa de aprobar íntegras las tablas de la ley que dictara el parlamento de Cataluña. Y lo fundamental del bodrio se aprobó. Para el País Vasco, sin embargo, tenía otros planes, que no pasaban por el Plan Ibarreche sino por la negociación directa con ETA. De manera que lo del estado libre asociado como Puerto Rico fue rechazado en el Congreso, pese a contar, como lloriqueaba el PNV, con el voto de la mayoría de la cámara vasca, incluido el de tres de Batasuna a los que no habían querido echar. Memorable ocasión aquella, fiel reflejo de la perversión de la democracia que allí rige, en que un Otegi, todavía hombre de paz, leía una carta de un criminal, alias Josu Ternera, como contribución al debate.

Zapatero tiene ahora la nueva oportunidad de decirle "no" a alguien, cosa desusada en el presidente y que sólo ha practicado –aparte de con el PP, continuamente– con el lehendakari de los vascos y las vascas. El incentivo para esa negativa es hoy mayor que cuando el Plan, pues se ha evaporado el espejismo del "proceso de paz" y las urnas están más cerca que entonces. Son momentos delicados, y el principal empeño de ZP habrá sido y será hacerle ver al PNV la fragilidad de la circunstancia para lograr una suavización y un aplazamiento de la mordedura. O sea, que es previsible que este choque de intereses electorales entre el PSOE y el PNV se resuelva con un apaño. Los argumentos para el público que se adelantan no indican otra cosa. Remitir a Ibarreche a que busque primero el acuerdo entre los vascos es retardar y apostar por un bis de aquella votación ignominiosa. Decir que la consulta no es legal y que por ello no podrá hacerse, deja abierto el interrogante: ¿y si la hace? Es un remake de aquel sofisma que divulgaba el Gobierno ante la creciente y tolerada actividad de Batasuna: no es legal, luego no existe; y como no existe, nada hacemos contra ella. Y así era, pues nada querían hacer contra los proetarras mientras negociaban con ETA.

El mayor gesto de firmeza que puede esperarse de Zapatero frente al intento de convocar un referéndum de autodeterminación en el País Vasco es que este martes reciba a Ibarreche en La Moncloa sin su sonrisa ritual y con el ceño fruncido.

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