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Pío Moa

¿Expulsar nuestro idioma de la ciencia?

O procedemos a liquidar nuestra propia cultura a plazos cortos o imitamos a los useños, que, según expresión propia, suelen reaccionar a las patadas en el trasero que reciben de la realidad con esfuerzos redoblados por ponerse a la altura.

Un caso del que puedo dar fe: en nuestras universidades, y con pretensiones científicas, se ha enseñado y se enseña que el Frente Popular, compuesto por los partidos que destrozaron la legalidad republicana, representaba a la república. Y que representaba a la democracia aquel frente compuesto de estalinistas, marxistas radicales, anarquistas, racistas y golpistas. Sobre este absoluto disparate se ha querido construir, y últimamente oficializar, la historia de España desde los años 30, enseñada en la mayoría de las universidades sin apenas contradicción. Una ciencia a la lisenka. La resistencia a poner en cuestión, simplemente a poner en cuestión, un dislate tan evidente y fenomenal ha sido y sigue siendo fanática, con decisión de ignorar cualquier tesis que lo discuta y hasta de dar "un escarmiento" a los disidentes. Y así estamos.

No creo que sea un caso aislado. En general, el nivel técnico en España es bastante aceptable, pero no así el científico, que, con muy contadas excepciones, oscila entre la mediocridad y la práctica nulidad. Se trata de un fallo en la misma concepción de la enseñanza, fallo sin duda remediable aunque no fácilmente, pues su posible remedio choca con la desesperada resistencia de una universidad deforme, repleta de intereses creados y con mentalidad a tono. Muy propio de esa mentalidad son las soluciones simplonas. Por ejemplo, renunciar al idioma español y "hacer la ciencia" en inglés. No hay duda de que la ciencia que hagan en inglés será de tan baja calidad como la que hacen en español, probablemente peor todavía, pues es de suponer que estos señores se expresarán en su idioma materno con mayor soltura que en uno extranjero.

Así, uno de esos medianos científicos patrios, Javier López Facal, ha escrito un artículo en El País defendiendo que en España se obligue a emplear el inglés en las universidades y en los centros de investigación, empezando por el CSIC. Nadie le impide emplearlo a él, si le da por ahí, pero el hombre tiene mucha más ambición y, muy propio, apela de inmediato a la imposición burocrática:

Al fin y al cabo, ya la Ley 30/1980 de medidas para la reforma de la función pública y el más reciente Estatuto básico del empleado público de 29 de marzo de 2007 reconocen que los profesores universitarios y los científicos podrán dotarse de normas específicas debido a sus peculiaridades laborales. Pues bien, señor legislador, una de esas peculiaridades es, precisamente, que deben realizar su trabajo en inglés, por lo que habría que desactivar ya todas las triquiñuelas administrativas que hacen del español la única lengua reconocida por la Administración.

Obsérvese: "Deben realizar su trabajo en inglés". El Estado español, la administración española, sostenida con el dinero de todos los ciudadanos para fomentar o facilitar la cultura española, debe tomar medidas a fin de liquidar nuestro idioma como idioma científico y suplantarlo por un idioma extranjero. Paso clave para eliminar el español como idioma de cultura superior, tanto por la importancia creciente de la ciencia como porque la argucia usada al respecto –la comodidad de usar una sola lengua– vale para cualquier otra cosa, sea la literatura, la economía, el pensamiento o el arte. En fin, una estafa gigantesca a la ciudadanía, pero en nombre de la ciencia, no se equivoquen.

Obviamente este argumento no hace mella en nuestros facales, pues lo consideran expresión de un patriotismo español que ellos tienen muy superado y del que se burlan con arrogante frivolidad: para realizar su designio, dice el articulista, "hay que proceder con mucha cautela, porque las lenguas comparten con algunas otras invenciones humanas, como Dios, la Patria o la Revolución, la capacidad de generar unas intensidades emocionales que pueden llegar a conducir a la gente, en especial a los varones, a dejarse matar o, preferentemente, a dar muerte a sus prójimos". Buenas tonterías y lugares comunes para un científico. El señor Facal, va de suyo, también supone que la religión cristiana obstruye la ciencia. ¿Deberán nuestros facales su mediocridad a la Iglesia? ¿Se convertirían en grandes científicos si la Iglesia desapareciera? Vaya usted a saber.

Que se burle del patriotismo español no quiere decir que el señor Facal no sea patriota: lo es, algo así como un oficioso e innecesario patriota de USA, con los correspondientes anhelos de imposición. La hegemonía del inglés en la ciencia y en otras cosas no ha caído del cielo, se la han ganado a pulso USA e Inglaterra dedicándole grandes empeños e inversiones, productos de un espíritu definido y una voluntad tenaz. Ese envidiable espíritu, audacia y visión a largo plazo son por completo ajenas a nuestros facales, cuyo espíritu romo y aldeano toman por cosmopolitismo y lo exhiben con satisfecha prepotencia. Pues su visión apenas va más allá de su pedestre interés particular, de su plato de lentejas, sentido, eso sí, con la mayor intensidad emocional. Los anglosajones saben defender muy bien sus intereses sin precisar la oficiosidad de nuestros mediocres, pero tampoco van a desdeñar su ayuda. Los facales son más peligrosos que los separatistas, a quienes complementan muy bien en su aversión a cuanto suene a español (se estremecen, como diría el Corruto).

Dejemos de lado la otra argucia de que a los científicos les interesa que los lean, y si no escriben en inglés no les leerán. Como sabemos desde hace muchos siglos, los idiomas no son tan estancos entre sí que impidan la traducción, y un trabajo en español puede ser vertido al inglés y viceversa con esfuerzo escaso, sobre todo en la época de Internet. Por otra parte, nuestro idioma no es insignificante: lo hablan cerca de 400 millones de personas, según se dice, y cabe suponer que entre tanta gente pueda tomar forma un mundillo científico relevante si se aplica una política adecuada y orientada a largo plazo. Quiero decir que, entre otras cosas, la enseñanza y el trabajo científico debieran plantearse en relación con todo ese enorme ámbito, y no restringirse a España.

En el terreno científico la presencia del mundo hispánico es muy poco significativa, lo cual nos plantea un reto de gran envergadura: o procedemos a liquidar nuestra propia cultura a plazos cortos, como pretenden los facales, o imitamos a los useños, que, según expresión propia, suelen reaccionar a las patadas en el trasero que reciben de la realidad con esfuerzos redoblados por ponerse a la altura. El ámbito cultural hispánico procede de la iniciativa y el esfuerzo de nuestros antepasados; quizá no estemos a la altura de ellos, como los griegos actuales no lo están de la Grecia clásica, pero en todo caso constituye nuestra herencia y responsabilidad histórica. Renunciar a nuestro idioma y a nuestra cultura por algunos platos de lentejas no nos va a salvar de nada, al contrario. Claro que, volviendo al principio, si se hubiera escrito en inglés toda esa historia de chiste que enseñan en nuestras facultades, por ejemplo, tampoco se habría perdido gran cosa.

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