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Thomas Sowell

Sabotaje izquierdista en tiempo de guerra

Es difícil evitar la conclusión de que esta resolución sobre el genocidio armenio es simplemente el último de una serie de esfuerzos del Congreso por sabotear la gestión de esta guerra.

Con todos los problemas a los que debe enfrentarse este país, tanto en Irak como en casa, ¿por qué el Congreso se dedica a perder el tiempo intentando aprobar una resolución de condena contra la masacre de los armenios llevada a cabo por el Imperio Otomano hace casi un siglo?

No se equivoque, esa masacre de cientos de miles de armenios, o quizá más de un millón, fue una de las peores atrocidades de toda la historia. Como sucediera también en el posterior Holocausto de los judíos, no se conformaron con matar a víctimas inocentes. Primero fueron deshumanizadas de las maneras más sádicas que se les ocurrieran a quienes perpetraron estas atrocidades. Los historiadores tienen que hacernos saber que estas cosas han sucedido. ¿Pero por qué los políticos se han puesto repentinamente a intentar aprobar resoluciones en el Congreso sobre estas acciones, mucho después de que todos los implicados estén muertos y después de que el Imperio Otomano en el que sucedió todo haya dejado de existir?

La respuesta más breve a esta pregunta es irresponsabilidad política.

Las personas de ascendencia armenia tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo tienen todo el derecho a sentirse ultrajadas tanto por lo sucedido en el Imperio Otomano como por el hecho de que los gobiernos posteriores en Turquía han rehusado reconocer o aceptar responsabilidad histórica alguna por las atrocidades masivas que tuvieron lugar sobre su suelo.

Pero el súbito interés de los demócratas del Congreso en esta materia va más allá de intentar recabar algunos votos. Quieren una resolución que condene lo sucedido como "genocidio", una palabra que ha provocado la inmediata indignación entre los turcos de hoy, puesto que implica la existencia de una política gubernamental deliberada encaminada a exterminar un pueblo entero, en comparación con los horrores que puedan derivarse de una amplia ruptura de la ley y el orden en el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. Estos son hechos históricos y discusiones semánticas que es mejor dejar a los eruditos en la materia sin que los políticos metan la nariz.

La pregunta clave es: si el Congreso ha pasado casi un siglo sin aprobar una resolución acusando de genocidio a los turcos, ¿por qué ahora, en mitad de la guerra de Irak? Es difícil evitar la conclusión de que esta resolución es simplemente el último de una serie de esfuerzos del Congreso por sabotear la gestión de esta guerra.

Grandes cifras de militares norteamericanos y grandes cantidades de equipo militar llegan a Irak a través de Turquía, una de las pocas naciones del Oriente Medio islámico que viene siendo desde hace tiempo aliado norteamericano. Turquía también se ha abstenido hasta la fecha de tomar represalias contra los ataques guerrilleros procedentes de las regiones kurdas de Irak en suelo turco. Pero los turcos podrían responder a lo grande si quisieran, porque hay más soldados turcas en la frontera con Irak que soldados norteamericanas dentro de Irak. Turquía ya ha llamado a consultas a su embajador en Washington para manifestar su desagrado por que el Congreso haya planteado este asunto. Los turcos podrían quedarse en eso. O no.

En esta delicada situación, ¿por qué agitar las aguas a causa de algo del pasado por lo que ni nosotros ni nadie más puede hacer algo hoy? Japón aún no ha reconocido sus atrocidades en la Segunda Guerra Mundial. Pero el Congreso de los Estados Unidos no intenta convertir en parias mundiales a los japoneses de hoy día, la mayor parte de los cuales ni siquiera habían nacido cuando tuvieron lugar esas salvajadas. Por mera cuestión de tiempo han de ser aún menos los turcos vivos que tomaron parte en los ataques contra los armenios durante la Primera Guerra Mundial, si es que queda alguno.

Son demasiados los demócratas del Congreso que han adquirido el hábito de tratar la guerra de Irak como la guerra del presidente Bush, levantando así la veda para adoptar tácticas políticas que le dificulten dirigir el esfuerzo militar. En un lapsus poco frecuente pero revelador, el congresista demócrata James Clyburn dijo que una victoria americana en Irak supondría "un verdadero quebradero de cabeza para nosotros" de cara a las elecciones del 2008.

Los demócratas del Congreso, poco dispuestos a asumir la responsabilidad de poner fin a la guerra negando el dinero suficiente para librarla, como muchos de sus partidarios quieren que hagan, han intentado en su lugar sabotear las posibilidades de ganarla buscando gestionar al milímetro el despliegue de tropas y retrasando la aprobación de las partidas presupuestarias. Esta resolución sobre el genocidio armenio es la más reciente, y quizá la más rastrera, de estas tácticas.

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