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Amando de Miguel

Polémicas sobre el lenguaje

La razón de complicar el lenguaje es que hablamos no solo para comunicarnos sino para expresar todas nuestras pasiones, entre ellas el afán de no comunicarnos con quien nos interesa despreciar.

Juan J. Carballal me pide que desarrolle el tema del barroquismo en el lenguaje. Estoy en ello. Lo voy a hacer de forma comparada, en inglés y en español. Los dos idiomas se expanden en el mundo porque son especialmente barrocos. Es decir, ambos emplean alusiones y metáforas sin cuento. Curiosamente, algunas de esas figuras retóricas son las mismas o muy parecidas. La razón es que ambos idiomas –aunque parezcan tan alejados–participan de un tronco cultural común: el que viene de la Biblia y de la tradición grecorromana. El axioma que explica el barroquismo es: "Utilizamos más palabras de las necesarias". Es decir, que los requilorios pueden ser también requisitos, aunque tampoco hay que exagerar y convertirlos en "prerrequisitos" como dicen algunos anglómanos. La razón de complicar el lenguaje es que hablamos no solo para comunicarnos sino para expresar todas nuestras pasiones, entre ellas el afán de no comunicarnos con quien nos interesa despreciar. Para esos últimos reservamos los insultos, las palabras peyorativas. Precisamente el inglés y el español hacen gala de una lista interminable de denuestos, de voces despreciativas, desdeñosas, afrentosas. Tengo para mí que la clave de la riqueza de un idioma está en su capacidad de insultar. Esa es la gran ventaja del inglés, y más aún, del español. En el País Vasco "español" es ya un insulto. Supongo que el vascuence da pocas facilidades castizas para insultar.

A propósito de lo anterior me viene como anillo al dedo (una metáfora), la comunicación de José Ángel Iturriaga. Es "un chiste breve y surrealista":

En una farmacia,

– ¿Tiene pastillas contra la envidia?
– Sí, claro que tengo, unas espléndidas...
– Hijo de puta...

Iñigo Martínez-Labegeria (Budapest, Hungría) interpreta que mi decálogo para distinguir las lenguas de comunicación lo escribo "para justificar la superioridad del castellano respecto del euskera, al que cita explícitamente, como medio de reivindicar el español como única lengua posible en el futuro de nuestro Estado y, quien sabe, incluso de toda la península Ibérica en una sucesiva fase". Francamente, nunca he sostenido tal estupidez. En la península Ibérica e islas adyacentes se hablan distintos idiomas y eso es una riqueza para todos los españoles, no solo para los respectivos hablantes. El hecho de que el castellano o el portugués sean lenguas de comunicación y todas las demás sean lenguas étnicas no supone ningún desdoro. Muchos españoles se sienten muy a gusto teniendo como lengua natural (propia o familiar) el catalán, el vasco, el gallego, el valenciano o el balear, que son lenguas étnicas. Don Iñigo sostiene que el punto 6º de mi decálogo no funciona, puesto que la Constitución de 1978 declara al castellano como "lengua oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla". Cierta es esa declaración, pero a mí no me hace feliz. Preferíria que no hubiera lenguas oficiales, como tampoco un traje nacional decretado por la Constitución. Por otra parte, el castellano será oficial en "el Estado", pero no en la nación española. Aun así, mi idea es que el español es un idioma de comunicación, aunque no cumpla todos los puntos del decálogo. Reseño, por último, que don Íñigo se despide con un agur bero bat, que interpreto como "un saludo cordial". Es de agradecer, vista la vesania que destilan las comunicaciones de los nacionalistas.

J. Xavier Furió (Valencia) da su particular visión a la polémica entre las denominaciones "castellano" o "español" para la lengua común de los españoles:

Como valenciano (bien nacido y agradecido tal como me considero), entiendo que lo que hablo todos los días con mi hijo, la lengua valenciana –que además intento mantener lo más limpia posible de intoxicaciones catalanistas–, es algo tan español como a la "lengua española". Por ese mismo motivo cuando la contrapongo a mi lengua vernácula, la llamo siempre "castellano". En mi caso no lo hago "para no tener que pronunciar España". Simplemente me parecen ridículos ciertos comentarios que alguna vez me han hecho desde otras regiones monolingües del tipo "¿por qué tu nombre no está en español?"; cuando mi nombre es tan español como el suyo, sólo que no es "castellano". Lo que hablo con mi hijo es tan español como lo que ellos hablan con los suyos. Sólo se diferencian en el número de hablantes y en el tamaño de su área de influencia.

En mi juventud caía en la trampa al responder a la pregunta tópica de "¿qué te consideras primero: español o valenciano?", respondiendo: "español primero y valenciano después". Los años pasan, la sabiduría, poca o mucha, aumenta o debería. Ahora no caigo en esa trampa. Yo soy español porque soy valenciano. No concibo una cosa sin la otra. Por ello soy las dos cosas de forma irrenunciable. No entendería ser gallego, aragonés o de cualquier otro sitio porque además de no serlo no quiero serlo. Quiero ser lo que soy. Me siento orgulloso de ello.

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