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Carlos Rodríguez Braun

Progresismo fiscal, superávit y gasto social

La alabanza del superávit transmite la idea de que si hay superávit los impuestos no cuestan nada, se recaudan mágicamente debido al crecimiento económico, y no representan ninguna usurpación de los bienes de los ciudadanos.

En una severa crítica a José María Aznar, Carlos E. Cué añadió en El País dos apostillas a sendas ideas del ex presidente. Cuando Aznar señala que el gasto público ha crecido un 30% con Zapatero, Cué anota: "especialmente en gasto social"; y cuando Aznar deduce de esto que subirán los impuestos, el periodista observa: "El aumento de la recaudación por el crecimiento económico ha permitido alcanzar superávit".

La idea de que el gasto público, si es "social", resulta inobjetable, es tan generalizada como paradójica. En primer lugar, la mayoría del gasto es social, es decir, redistributivo en capítulos tales como educación, sanidad, pensiones, y subsidios y prestaciones de diverso tipo. Subrayarlo como si fuera excepcional es una distorsión de los hechos. En segundo lugar, como todo ese gasto se financia mediante impuestos, no tiene sentido aplaudirlo acríticamente, salvo que uno conciba como legítimo que las autoridades arrebaten a sus súbditos una suma ilimitada, a condición de que la redistribuyan. Aquí don Carlos debería pensar en cómo podría el Estado justificar la mayor recaudación si se limitara a apropiársela por entero y no la redistribuyera.

El cántico al superávit fiscal es una interesante cabriola por parte de la izquierda, que lo saluda ahora con el mismo entusiasmo con que antes idolatraba al déficit. En realidad, ambas actitudes brotan del mismo principio antiliberal: la valoración del poder. Cuando los socialistas clamaban a favor del déficit, su argumentación era que como el Estado hace las cosas bien, no importa que gaste más de lo que recauda. Ya recaudará más en el futuro. Ahora, cuando claman a favor del superávit, su argumentación es que como el Estado hace las cosas bien, no importa que recaude más de lo que gasta. Ya gastará más en el futuro.

La alabanza del superávit es aún más habilidosa, o insidiosa, porque transmite la idea de que si hay superávit los impuestos no cuestan nada, se recaudan mágicamente debido al crecimiento económico, y no representan ninguna usurpación de los bienes de los ciudadanos. En ese contexto el poder aborda una doble estrategia legitimadora: puede aumentar el gasto, porque hay superávit, pero también puede reducir los tipos de los impuestos, aunque siempre modestamente, porque no se puede "poner en peligro" ni el gasto social ni el propio superávit. Esta doble estrategia, que elude la consideración de que si se pueden bajar de modo cosmético los impuestos es porque antes han subido mucho, es precisamente la que ha desplegado el Gobierno de Zapatero.

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