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Fundación Heritage

Haciendo el papeleo

El ex presidente francés Giscard D'Estaing ha advertido con tino que "evitando referéndums, la Unión Europea reforzará la idea entre los ciudadanos de que la Constitución Europea es un mecanismo organizado a sus espaldas por juristas y diplomáticos".

Helle Dale

Una rosa sigue siendo una rosa aunque le den otro nombre, y la Constitución Europea sigue siendo una constitución aunque ahora se le llame Tratado de Reforma de la Unión Europea.

Al cambiarle el nombre y hacerle al documento unos cuantos cambios estéticos, los líderes del Gobierno europeo esperan poder colar furtivamente una importante reforma institucional de la Unión Europea. Se podrá recordar que cuando aún tenía el nombre de Constitución Europea fue precisamente esa reforma lo que rechazaron los ciudadanos de Francia y Holanda hace 2 años, cuando se les permitió votar sobre el asunto.

Cuando se habla del déficit democrático de la Unión Europea, se habla precisamente de esto. El progreso de la Unión Europea ha ido siempre dos pasos adelante y uno atrás, o un paso adelante y dos atrás, dependiendo de cómo se mire. Incluso cuando los europeos muestran su oposición a una mayor integración de la UE, sus líderes siguen adelante sin que eso les preocupe lo más mínimo. Se ha comparado ser un miembro de la Unión Europea con montar una bicicleta: o se sigue pedaleando o uno se cae. Ésa es una manera verdaderamente asombrosa de valorar instituciones políticas.

El 19 de octubre, los líderes de los 27 gobiernos de la Unión Europea se reunieron en Lisboa para discutir la nueva versión de la rechazada Constitución Europea. Y aunque usted no lo crea, se parece mucho a la anterior, por más que le hayan cambiado de nombre, se haya hecho un esfuerzo por rebajar su importancia y suene más inofensiva.

Pese a que los creadores de la malhadada constitución la anunciaron como un gran documento fundacional, el Tratado de Reforma se está vendiendo como un mero ajuste de documentos existentes. Sin embargo, todavía se asemeja al anterior en que le da una nueva forma a las instituciones europeas, incluyendo la presidencia de la Unión Europea, y cambia los procedimientos de votación entre los cerca de 300 millones de personas de la UE. Aunque el tratado también da más poder al parlamento de la Unión y a las legislaturas nacionales, también es cierto que la Unión Europea ostenta ahora un poder más intrusivo sobre las leyes de sus naciones miembro que el Gobierno federal de Estados Unidos tiene sobre sus estados.

A este conjunto de negociaciones le ha acompañado una fanfarria mucho menor y a la mayoría de los líderes de la Unión le gustaría llevarse el tratado a casa para una ratificación parlamentaria rápida. El ex presidente francés Valery Giscard D'Estaing ha advertido con tino que "evitando referéndums, la Unión Europea reforzará la idea entre los ciudadanos de que la Constitución Europea es un mecanismo organizado a sus espaldas por juristas y diplomáticos". Los votantes de cinco importantes países europeos creen que deben ser consultados en un referéndum nacional y hay por lo menos uno que está obligado constitucionalmente a aprobarlo por votación (Irlanda). Según una encuesta de FT/Harris, el 76% de los alemanes, el 75% de los británicos, el 72% de los italianos, el 65% de los españoles y el 63% de los franceses piensan que el documento debe someterse a votación. Claramente, también hay un déficit de información con respecto al tratado: el 61% de los europeos dicen en la encuesta que "no están en absoluto familiarizados" con el contenido del tratado.

Los británicos, como es de esperar, se encuentran entre los que más se oponen. La nación isleña siempre ha desconfiado de cualquier cosa que salga del continente; siguen siendo fieles a su estilo después de 30 años de pertenecer a la Unión. Más del 50% de los británicos creen que el tratado tendrá un impacto negativo sobre la Unión Europea.

De hecho, en Gran Bretaña el asunto de la UE sólo está sirviendo para echarle más combustible a los incendios con los que tiene que lidiar el primer ministro Gordon Brown. Después de un comienzo casi perfecto sucediendo a Tony Blair el verano pasado, Brown ha sufrido una caída estrepitosa, principalmente debida a lesiones autoinfligidas. Dejó que crecieran las expectativas de que habría elecciones parlamentarias en noviembre, pero después dio marcha atrás cuando las encuestas de opinión mostraron que el Partido Laborista perdería.

Los tories británicos no han perdido ni un segundo y se han lanzado al ataque. No sólo están ridiculizando a Brown por su falta de temple, sino que están exigiendo un referéndum sobre el Tratado de Reforma de la Unión Europea. Brown sigue estando inflexiblemente opuesto a la idea de un referéndum por razones obvias. Sin embargo, mucha gente se muestra escéptica ante el proyecto de integración europea, precisamente porque es un proyecto propulsado por una élite que no sido capaz de atraer a los ciudadanos de muchos de estos 27 países.

La democracia está en peligro en muchos lugares del mundo pero Europa no debería ser uno de ellos.

©2007 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Helle Dale es directora del Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Fundación Heritage. Sus artículos se pueden leer en el Wall Street Journal, Washington Times, Policy Review y The Weekly Standard. Además, es comentarista de política nacional e internacional en CNN, MSNBC, Fox News y la BBC.

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