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EDITORIAL

Con las cosas de comer no se bromea

Es dudoso que a quienes han de padecer este problema a diario les haya provocado una sonrisa. Muchos de ellos estarán indignados al ver que el responsable último del desaguisado que les cuesta tanto dinero y tiempo se toma sus problemas a guasa.

Seguramente, a muchos les habrá hecho gracia el numerito del presidente del Gobierno en un programa de La Sexta –cadena que, no olvidemos, existe por la voluntad expresa de Zapatero–, en el que utilizaba las penalidades que sufren a diario miles y miles de catalanes para desplazarse debido a las grietas y socavones provocados por las obras del AVE y que han obligado a suspender el servicio de Cercanías. Pero es dudoso que a quienes han de padecer este problema a diario les haya provocado una sonrisa, precisamente. Muchos de ellos estarán indignados al ver que el responsable último del desaguisado que les cuesta tanto dinero y tiempo se toma sus problemas a guasa.

Puede comprenderse que a un político, incluso aunque sea un presidente del Gobierno, haga alguna broma de dudoso gusto en una rueda de prensa o en el parlamento. En ocasiones pueden suceder estas cosas, producto del olvido del cargo y la representación política que se ostenta. Pero lo que no puede ser fruto de un lapsus o un despiste es interpretar el guión de un humorista. ¿No se le ocurrió en todo el tiempo transcurrido desde que se lo proponen hasta que lo graban que quizá no fuera una buena idea? ¿A ninguno de los 682 asesores, que nos cuestan a todos 28 millones de euros al año, se le pasó siquiera por la cabeza que no debía participar? ¿Alcanzarán los activistas antinucleares, premios Nobel pro-mutilación genital y demás "notables" contratados por el PSOE a comprender que en España no nos hace gracia que se ría de una desgracia precisamente quien la ha provocado?

Ya sabemos todos que a Zapatero el respeto a las instituciones es un concepto discutido y discutible y que si se ha de emplear el Palacio de la Moncloa para hacer un paripé en beneficio de un medio de comunicación se hace, como ya se demostrara con el famoso posado del Vogue. Desgraciadamente, ese rasgo lo comparte con demasiados españoles. Lo que quizá no llegó a sospechar cuando se prestó a seguir el guión de Buenafuente es que alguien lo iba a mirar con mala cara. Y es que en este país es normal que a Aznar se le crucifique cuando gasta una broma, habla del vino o se le ve poniendo los pies encima de la mesa; o que a Rajoy los editoriales de prácticamente todos los periódicos lo despellejen por hablar de su primo con respecto a las falacias del cambio climático o por referirse a De la Vega como "la otra" a micrófono cerrado. Pero si se es de izquierdas, parece bastar con que tu segunda diga que no hubo mala intención para recibir la absolución laica de los medios progresistas, que son casi todos.

La aparición del presidente del Gobierno en un programa de humor es, por otra parte, una demostración más de que Zapatero no concibe la política como una dura tarea de gestión de los problemas cotidianos de los ciudadanos, ni como la no menos ardua labor de lograr que se les respete fuera de nuestras fronteras, sino como una mera pose en la que lo único que cuenta es la sonrisa, no los resultados. Zapatero se toma la política a broma, de ahí que su única actuación conocida en los problemas del AVE haya sido pedir a un ingeniero aquello de "mírame a los ojos y dime que la Sagrada Familia no corre peligro". El problema es que reírse de alguien que resbala con una cáscara de plátano puede ser inevitable –aunque luego pueda producir vergüenza al caer en la cuenta de que se disfruta de la desgracia ajena–, pero cuando se ha sido quien la ha tirado previamente al suelo la cosa dejar de resultar graciosa y merece recibir otra clase de epítetos.

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