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EDITORIAL

Los ridículos excesos de la corrección política

Una cosa es que el "humor" de Camacho no tenga la finura y el ingenio de Churchill y otra muy distinta que el PP incurra en los ridículos excesos de corrección política en los que ha caído el PSOE en tantas ocasiones.

Cuentan de Winston Churchill que, estando invitado en la Casa Blanca, salió en paños menores del cuarto de baño y se topó con el presidente Roosevelt. Sin inmutarse, el político inglés dijo: "Como verá, el primer ministro británico no tiene nada que esconder al presidente de los Estados Unidos."

La verdad es que esta simpática ocurrencia de Churchill poco tiene que ver con el comentario de mal gusto que recientemente le dirigía el secretario de Estado de Interior, Antonio Camacho a la diputada del PP, Ana Belén Vázquez, durante la interrupción de su comparecencia en la Comisión Mixta para el estudio de las drogas. Tras pedir Vázquez explicaciones sobre "la gestión urgente e importante" que motivaba dicha interrupción, la diputada popular ha asegurado que Camacho, al pasar por su lado, le soltó: "Te invito a venir al servicio conmigo y lo compruebas".

Ahora bien. Una cosa es que el "humor" de Camacho no tenga la finura y el ingenio de Churchill y otra muy distinta que el PP incurra en los ridículos excesos de corrección política en los que ha caído el PSOE en tantas ocasiones. No otra cosa es la petición de dimisión y la negativa del Grupo Popular a asistir a las comparecencias del secretario de Estado mientras no se disculpe por su comentario "grosero y machista". Se trata de una desproporcionada reacción que recuerda al guirigay que Fernández de la Vega organizó en el Congreso por el hecho de que Rajoy se hubiera referido a ella como "la otra" en un comentario off the record, durante el receso de una entrevista que el presidente del PP había concedido a un medio de comunicación. Eso, por no recordar cómo las diputadas de PSOE e IU abandonaron sus escaños cuando Zaplana espetó a Fernández de la Vega aquello de "¡Cuánto ganaría la Cámara si usted, que tan aficionada es a disfrazarse de vez en cuando, un día, aunque solo fuera un día, se vistiera de vicepresidenta de Gobierno y cumpliera con su obligación!"

Y para olvidar tanta mediocridad y concluir como hemos empezado, volvamos a Churchill. Cuentan que, en una de sus frecuentes disputas dialécticas con Lady Astor, la que fuera primera mujer elegida parlamentaria le dijo: "Milord, si yo fuera su esposa le pondría veneno en el café". A lo que Churchill respondió: "Señora, si yo fuese su marido, con gusto me lo bebería."

Hoy serían tildados de machistas tanto uno como "la otra".

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