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Michelle Malkin

La política del insulto racial

Gracias a quienes lo apoyan en la política, desde ambos partidos, y los medios, el charlatán de los derechos civiles Al Sharpton jamás carece de escenario en el que actuar.

Los berridos de los agraviados suben y bajan como la marea. Si hay algún insulto al que sacar partido (¡Mono! ¡Mujerzuela con greñas!), las víctimas profesionales se darán prisa en actuar, repartiendo camisetas, poniendo sus megáfonos al máximo volumen, concediendo entrevistas a los medios, difundiendo sus demandas de 21 puntos y finalmente saldrán de la escena hasta que se presente la siguiente oportunidad de explotar políticamente la raza.

Gracias a quienes lo apoyan en la política, desde ambos partidos, y los medios, el charlatán de los derechos civiles Al Sharpton jamás carece de escenario en el que actuar. Todavía a lomos de la oleada publicitaria del caso de los Seis de Jena en Luisiana, Sharpton tiene una cita el 16 de noviembre en Washington, D.C. para encabezar una concentración contra los delitos de odio, a las puertas del Departamento de Justicia. Su objetivo es tanto la administración Bush como los demócratas que piensa que no le han bailado el agua lo suficiente a él y a su pequeño séquito de artistas profesionales de la extorsión.

Sharpton se quejó de que los candidatos presidenciales demócratas no hablaron de "lo suyo" en los últimos debates. "Los delitos de odio y el racismo y Jena no salieron a relucir ni una sola vez. Ni siquiera los demócratas, a nuestro juicio, han levantado su voz al nivel que deberían", se quejó Sharpton en un teletipo de Associated Press sobre su próximo maratón demagógico. "Que no vengan a pedir nuestro voto si después no hablan de nuestras necesidades cuando son el centro de atención."

Sin embargo, los políticos harían bien en distanciarse del caso de los Seis de Jena en los debates y en la campaña, porque la popular narrativa sobre unos jóvenes negros inocentes que son víctimas del establishment sureño blanco con prejuicios raciales resulta ser tan resbaladiza como el peinado de Al Sharpton. El editor asociado del diario Jena Times, Craig Franklin, ha derribado los mitos del "árbol exclusivo de blancos", la verdad sobre los supuestos "jóvenes modelo" que son los Seis de Jena, la falsa afirmación de que el ataque de la banda de los Seis de Jena a una víctima blanca está relacionada con el incidente de la soga, los ataques contra su ciudad y otras falsedades.

"Al igual que en el caso del equipo de lacrosse de Duke, la verdad sobre Jena se sabrá con el tiempo", escribió Franklin en un reciente artículo para el Christian Science Monitor. "Pero la ciudad de Jena no espera ninguna disculpa por parte de los medios. Probablemente nunca admitirán su error; ya han pasado a la siguiente 'noticia explosiva'. Mientras tanto, en Jena, los residentes están volviendo a sus rutinas usuales, en las que los amigos son amigos al margen de la raza. Igual que ha sido el caso todo el tiempo."

En cuanto a los miembros de los Seis de Jena, parecen haber aprendido bastante bien a hacerse la víctima de su mentor Sharpton. Howard Witt, del Chicago Tribune, informó de que algunos de los demandados se están bañando literalmente en dinero de dudosa procedencia. Robert Bailey, uno de los Seis de Jena, colgó en la red fotografías de sí mismo posando para las cámaras con billetes de 100 dólares metidos en su boca y cubriendo su cama. "La controversia sobre la contabilidad y el desembolso de al menos medio millón de dólares donados para sufragar la defensa legal de los adolescentes va en aumento", informó Witt. "Definitivamente hay dudas sobre ese dinero", declaró al Tribune Alan Bean, director del colectivo Amigos de la Justicia, radicado en Texas. "Odio hasta tener que abordar este asunto porque inevitablemente lleva a hacerse preguntas sobre todo el dinero que han recaudado..."

Inevitablemente, aquellos que se atrevan a plantear tan molestas preguntas serán acusados de racistas y de "culpar a la víctima". Sharpton y compañía seguirán evitando los análisis minuciosos escondiéndose tras el fantasma de la soga. De hecho, están invocando el reciente incidente de la cuelga de una horca en la Universidad de Columbia para promocionar su lucha a nivel nacional contra "los Confederados", sin que importe la falta de sospechosos y el sospechoso hedor que rodea al caso, que sigue sin resolverse a pesar de las 60 horas de grabación de vídeos de seguridad y más de un mes de investigaciones.

El inexorable ritmo de la política del insulto racial sólo se interrumpe cuando el que insulta no encaja en la narrativa izquierdista de los agravios. Lo cual explica en parte el motivo de que el infame patinazo del "mono" del senador republicano George Allen fuera cubierto por los informativos nacionales como si del Apocalipsis se tratara mientras que apenas se escuchara un leve pitido en el detector de ultrajes cuando una demócrata de Luisiana llamó recientemente "Buckwheat" (aludiendo al personaje estereotípico de La Pandilla) a la madre de un líder negro de los derechos civiles. Aquí no hubo bolsillos que hurgar, ni sobornos que cobrar por protestar por un caso de abyecta estupidez que no puede convertirse en racismo institucional para beneficio partidista.

A veces, un insulto imprudente es sólo un insulto imprudente. En ocasiones el odio es falso. ¿Cuándo dejaremos de permitir que el rey de los falsos delitos Al Sharpton y su séquito hagan un caso federal de cada uno de estos incidentes?

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