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Fundación Heritage

Hacia una política para la posguerra fría

Puede que no sea útil describir el mundo en términos maniqueos, pero hay naciones que en sus asuntos domésticos han demostrado un compromiso constante con la libertad y los derechos humanos. También las hay que claramente no pertenecen a este grupo.

Jim Talent

Hace casi 20 años que cayó el Muro de Berlín y casi tanto desde que la Unión Soviética se convirtiera en la ex Unión Soviética. En los 45 años anteriores a esos decisivos acontecimientos, las democracias conocidas como el "mundo libre", cimentadas en una alianza entre Estados Unidos y Europa Occidental, trabajaron juntas bajo el paraguas de una política desarrollada en común en los años que vinieron inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. El propósito decisivo de esa política fue proteger la integridad y la libertad de Europa Occidental y "contener" el agresivo movimiento totalitario que giraba alrededor del comunismo soviético, en la creencia de que si era contenido finalmente se derrumbaría.

Esa política funcionó y lo hizo por cuatro razones fundamentales: estaba basada sólidamente en los intereses particulares de cada uno; reflejaba los valores fundamentales de las naciones participantes; estuvo constantemente respaldada, al menos durante los veinte años primeros y cruciales, por los partidos no comunistas de la izquierda y por la derecha tanto en Estados Unidos como en Europa Occidental; y la mayoría de líderes de las naciones participantes más importantes fueron capaces de reconocer el verdadero peligro y de poner las consideraciones prácticas por encima de envidias nacionales y fluctuaciones en su política doméstica.

No estoy intentando sobrevalorar la coherencia de la política occidental durante la Guerra Fría o de la alianza que la puso en ejecución. Pero no hay duda que la política finalmente tuvo éxito porque, a nivel estratégico, los líderes políticos de las naciones que participaban en ella comprendieron lo que significaba y hubo consenso. En la actualidad, la visible ausencia de ese consenso es un problema creciente. Eso está provocando que el mundo libre esté sacrificando buena parte del capital moral y político con el que resurgió de la Guerra Fría, que pierda oportunidades para fortalecer las perspectivas de paz y libertad y que permita que peligros potencialmente fatales se arraiguen, se enconen y crezcan.

El "mundo libre" debería ponerse de acuerdo para ejecutar una política común posguerra fría. Este artículo ofrece algunas observaciones sobre cómo se debería desarrollar esa política y los objetivos que debería tratar de alcanzar estratégicamente.

  1. Es primordial reconocer que el término "mundo libre" es un concepto con significado.

    Puede que no sea útil describir el mundo en términos maniqueos, pero hay naciones que en sus asuntos domésticos han demostrado un compromiso constante con la libertad y los derechos humanos. También las hay que claramente no pertenecen a este grupo. Estas naciones no son monolíticas de modo alguno. No son del todo totalitarias, algunas son agresivas pero muchas no lo son, algunas van avanzando hacia una mayor libertad mientras que otras –Rusia viene a la mente– se están distanciando.

    Algunas pueden ser aliadas para fines limitados, pero no deberían ser consideradas socios a la hora de desarrollar o implementar la política del mundo libre. No hay política común posible a menos que las naciones participantes compartan intereses y valores básicos y eso no sucederá si no se hace una cierta distinción entre naciones que respetan las tradiciones de la democracia occidental, aunque las hayan podido adoptar de formas inigualables y diversas, y naciones que no lo hacen.

  2. La nueva política debe contemplar al mundo tal y como es ahora, no como era hace veinte años y mucho menos hace cincuenta.

    La revolución de la información ha hecho que el mundo sea más productivo, interdependiente y vulnerable que en cualquier otra época precedente. Ya no es posible tratar a cualquier parte del mundo como si no importara. Tanto la competencia como la cooperación son más multilaterales que bilaterales, más globales que eurocéntricas. Hay un número de amenazas menores para el mundo, y aunque el peligro de la yihad global es extenso, no está representado por una sola entidad estatal. Por ponerlo de otra manera, hay mucho mal suelto pero no predomina un único imperio del mal como el de los soviéticos.

  3. Es necesario que todos adopten un enfoque práctico sobre el rol de Estados Unidos. Debido a su organización militar global, su poderosa economía, su tradicional posición de liderazgo tras la posguerra y la ausencia actual de otras estructuras comunes y eficaces para la toma de decisiones, Estados Unidos debe ser reconocido como el líder en el proceso de organizar y hacer funcionar la nueva coalición.

    A la hora de definir el rol de Estados Unidos, podría ser útil considerar las analogías de la relación de Estados Unidos con sus aliados que no deberían ser aplicadas. Estados Unidos no es el policía del mundo libre, ni su protector de alquiler ni el líder supremo y, muy especialmente, Estados Unidos no es el padre del "mundo libre". Tampoco son los demás países niños desamparados con derecho a quejarse continuamente mientras abjuran de asumir ninguna responsabilidad. Fuera cual fuese el rol que Estados Unidos asumió en el pasado, en el futuro debería ser como el primer ministro de un gabinete fuerte: un primus inter pares, ni más ni menos que ninguno.

    Aunque toda nación conserve su derecho de tomar acciones unilateralmente, Estados Unidos debería buscar el consenso en temas que implican al grupo, mientras que las otras naciones deberían reconocer que deben aceptar su parte de la carga si buscan su parte de la autoridad. Los celos y los malentendidos serán inevitables pero deberán reprimirse. Es algo contraproducente, por no decir otra cosa peor, que las naciones del mundo libre estén más preocupadas por vigilarse mutuamente en lugar de ocuparse de amenazas como el terrorismo y el genocidio.

  4. Las instituciones regionales e internacionales desarrolladas para la era de la guerra fría no funcionarán, al menos por sí mismas, en la era de la posguerra fría.

    Como mínimo hará falta complementarlas con nuevos acuerdos que tomen en cuenta los cambios en el mundo descritos al principio. Muy especialmente, es hora de reconocer que la ONU es orgánicamente incapaz de llevar a cabo sus propósitos originales: la prevención de la agresión injustificada y del genocidio. Ésta es una observación práctica, no ideológica. La organización del Consejo de Seguridad de la ONU está irremediablemente caduca, no reconoce la enorme influencia y capacidad de Alemania, Japón e India. Y desde una visión más fundamental, no se percibe un interés común entre las naciones de la Asamblea General y en el Consejo de Seguridad; esta realidad, combinada con el requisito de unanimidad entre miembros permanentes, significa que la ONU está y seguirá estando paralizada incluso ante peligros y desastres que prácticamente el mundo entero reconoce pero a los que hace falta hacer frente. La vergonzosa incapacidad de la ONU para detener la matanza en Darfur es el ejemplo más reciente, pero de ninguna manera es la única muestra de su irrelevancia para cualquier estrategia internacional útil.

    La OTAN todavía podría ser viable en mundo de hoy, suponiendo que Estados Unidos y Europa puedan ponerse de acuerdo en torno a unos objetivos comunes, pero no está bien preparada para enfrentar los retos actuales. Por una parte, Europa Occidental se ha negado firmemente a invertir adecuadamente en sus capacidades militares y, por otra, la OTAN, tal como está actualmente constituida, no considera en lo más mínimo la posible influencia o las contribuciones de las democracias asiáticas.

Con estos principios en mente, debería comenzar el debate entre la comunidad de naciones libres, incluyendo por lo menos a Estados Unidos, Europa, India y Japón. Un borrador de declaración de la misión para el grupo podría ser el siguiente: actuar colectivamente para prevenir interferencias significativas y violentas del avance del orden internacional hacia la paz y la libertad. El grupo debería transformar la OTAN o crear nuevas instituciones para hacer frente a asuntos específicos como el genocidio y la proliferación nuclear. La ONU seguirá estando disponible como foro para el debate, pero la diversidad de valores e intereses dentro de la misma ya no sería un escollo para preservar la paz y proteger a los necesitados.

Lo que hace falta ahora es vino nuevo en odres viejos: una nueva política desarrollada y puesta en ejecución con la misma claridad y unidad que caracterizó al liderazgo del mundo libre después de la Segunda Guerra Mundial. Esa nueva política lleva ya 15 años de retraso. Si nuestros líderes tienen la visión para desarrollarla y el temple para hacerla funcionar determinará el rumbo y la causa de la libertad en nuestra era.

©2007 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Jim Talent fue congresista de la Cámara de Representantes de Estados Unidos (1993-2001) y del Senado (2002-2007). Actualmente es miembro especializado en asuntos militares de la Fundación Heritage.

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