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Álvaro Vermoet Hidalgo

Una agenda liberal

La Universidad no puede ser el hobby de por las mañanas y si se suspende da igual. La sociedad nos paga para que estudiemos y tenemos que responder por ello.

El Espacio Europeo de Educación Superior puede ser una oportunidad para muchas cosas. Para facilitar la movilidad de los universitarios por toda Europa o para contribuir a fragmentar España a través de la educación. Puede ser útil para diseñar una formación que responda a las necesidades del mercado de trabajo y que nos permita ser competitivos en el mundo o puede significar un bajón en el nivel del aprendizaje y en la calidad de las enseñanzas si se desprecian y arrinconan las clases magistrales.

En principio, parece coherente establecer un primer ciclo de enseñanza más generalista dentro de un determinado campo que dure menos que las actuales licenciaturas y un segundo ciclo de especialización que intente llegar al nivel de los master en Estados Unidos. Para este segundo nivel, el proceso de Bolonia prevé que las empresas privadas puedan financiar algunos de los postgrados. Lo que parece menos claro es el intento de apaciguar a la izquierda radical con toda esta pedagogía que desprecia las clases-conferencias de los catedráticos para sustituirlas por trabajos en grupo y esquemas por diapositivas. Un apaciguamiento que, como todo el mundo sabe, ha tenido un éxito abrumador entre los jóvenes universitarios de progreso.

En problema de Bolonia no es Bolonia, es Zapatero. En un primer momento anunció un nuevo catálogo de titulaciones que suprimía prácticamente todas las carreras humanísticas sin dar ninguna justificación y amparándose en el proceso de Bolonia, lo cual equivale más o menos a privatizar la concesión de licencias en un Ayuntamiento amparándose en el Tratado de la Alianza Atlántica. El caso es que, visto el éxito de la propuesta, al Gobierno se le ocurrió algo mucho más en su línea: renunciar, pese a tener las competencias para hacerlo, a fijar un catálogo nacional de titulaciones.

Para contrarrestar la acción del Gobierno e intentar que la Universidad española sea mínimamente competitiva se me ocurren una serie de reformas. La primera sería acabar con la actual endogamia universitaria, donde el principal mérito para ser catedrático es haber sido profesor, doctor y estudiante en la misma Facultad; donde haber ejercido la docencia en otra universidad al menos dos años, que es lo que pretendió el Gobierno del PP, es una debilidad más que un mérito. Para ello, yo propondría que las plazas de docentes se cubrieran mediante concursos internacionales, en los que sólo se consideren los méritos académicos (no entendiendo por mérito ser del pueblo, naturalmente). Así, un estudiante elegiría al profesor con el que se matricula en función de sus méritos y su enfoque docente, y sería un dato relevante en el expediente del alumno el perfil de los profesores con los que ha cursado estudios universitarios.

Otro aspecto a mejorar es la transparencia. ¿Cuánto le cuesta a la Administración cada puesto de estudiante en la Universidad? Sería bueno que se informara al alumno a la hora de matricularse de cuánto cuesta realmente que curse unos determinados estudios.

En Madrid, el sistema de financiación de la Universidad se pactó entre todas las universidades con el Gobierno de Esperanza Aguirre. En él, se establecen unos indicadores que también sería bueno que conociéramos los alumnos antes de elegir carrera. Por ejemplo, ¿cuál es la tasa de paro de los alumnos al finalizar un determinado plan de estudios en una determinada facultad? ¿Y el salario medio? ¿Y los años que se tarda, de media, en acabar la carrera?

Estaría bien saber cuántos alumnos pueden dedicarse a la profesión preferida como primera opción al acabar la carrera, para poder tener una idea general de qué universidad, qué facultad y qué plan de estudios son los más recomendables para poder ejercer una determinada profesión en el futuro. Ahora bien, también sería muy conveniente que, de una vez por todas, las universidades utilizaran un mismo sistema de percentiles para ponderar el peso específico que le dan a cada plan de estudios, como ya se tendría que haber hecho para ponderar las distintas materias utilizando el sistema de créditos ECTS en vez de tanta innovación psicopedagógica.

Dicho todo esto, una última propuesta: que los estudiantes seamos "estudiantes profesionales". La Universidad no puede ser el hobby de por las mañanas y si se suspende da igual. La sociedad nos paga para que estudiemos y tenemos que responder por ello. Propondría que la financiación pública de los estudios se condicionara a terminar la carrera si no a curso por año al menos dentro de una media, y que la financiación dependiera de las notas, en función del peso de las materias y de los planes de estudios, tanto en grados como en postgrados.

Sólo así se garantiza que la Universidad sea competitiva y que permita cierta promoción social al alumno que tiene talento pero no recursos. Y precisamente para que la Universidad alcance la excelencia, pediría que haga falta algo más que un aprobado en el Bachillerato más corto de Europa y un 4 en Selectividad –la prueba más fácil de Europa– para acceder al 90% de los estudios universitarios; que pudieran las facultades establecer sus propias pruebas y sus propios criterios de acceso.

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