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Thomas Sowell

Las universidades no necesitan más alumnos

Los estudiantes que no se toman en serio su educación pueden tener un efecto negativo sobre la de aquellos que sí desean sacar provecho de sus estudios.

Stanford, Yale, y Princeton están considerando si deberían aumentar el número de estudiantes que admiten. Mientras tanto, Richard Vedder, profesor de la Universidad de Ohio y director del Center for College Affordability and Productivity de Washington, afirma que hay ya demasiada gente yendo a la universidad. Mi propia experiencia en el mundo académico me lleva a estar de acuerdo con el profesor Vedder.

Querer ir a la universidad no es lo mismo que querer tener una educación. Hay otras razones, como el hecho de que se trata de un escenario social con grandes concentraciones de personas de la misma edad y el sexo contrario. También es un lugar en el que la inmadurez no es una desventaja, como sucede en otros ámbitos, desde el hogar al lugar de trabajo. En la universidad la inmadurez es la norma no sólo entre los alumnos sino también, en gran medida, entre aquellos que están al cargo de los estudiantes. Un campus académico puede ser un refugio que nos aísle de las realidades del mundo, no sólo para los estudiantes, sino también para algunos profesores. Max Weber aludía a algunos de sus colegas académicos como "niños grandes en cátedras universitarias".

Por supuesto, hay muchos estudiantes y profesores que están en el mundo académico con el serio propósito de adquirir conocimientos y profundizar en el entendimiento de uno mismo y del mundo. La mayor parte de mi propia carrera académica transcurrió en lugares como Cornell o la UCLA, donde había profesores de renombre en sus respectivos campos y donde el cuerpo estudiantil estaba bastante por encima de la media nacional. Sin embargo, aún así había bastantes estudiantes, especialmente en la UCLA, cuyo interés en la vida intelectual era, por decirlo amablemente, limitadillo. Y lo que es más importante, los estudiantes que no se toman en serio su educación pueden tener un efecto negativo sobre la de aquellos que sí desean sacar provecho de sus estudios. Puede ver cómo esto sucedía en cada una de las cinco universidades en las que di clase, así como en las tres en las que estudié.

El tamaño tanto de las clases como de los campus universitarios también puede tener su impacto. Hay demasiada gente que no piensa en las consecuencias de admitir un número mayor de estudiantes, incluyendo a algunos que podrían no estar tan capacitados como los demás. Cuando daba un curso de introducción a la economía para estudiantes avanzados en Cornell –un seminario con 15 estudiantes, en comparación con los doscientos que podría haber en una clase normal– el director de mi departamento me instó a aumentar el aforo a 30 alumnos, "para que hubiera más estudiantes que disfrutaran de las ventajas de la clase reducida". Creo que nunca se le pasó por la cabeza que ampliar el número de alumnos pudiera llegar a eliminar las ventajas del pequeño seminario.

Tanto en el Douglass College como en la Universidad de Howard, donde impartí un año entero de introducción a la economía, las clases del segundo semestre fueron una delicia porque los estudiantes menos aplicados abandonaron tras su experiencia con mis estándares de calificación en el primer semestre. No era sólo que los alumnos que se quedaron fueran mejores que los que se fueron, sino que eran mejores de lo que ellos mismos habían sido en una atmósfera distinta en la que se hacía notar la influencia de los estudiantes menos dedicados.

En el Amherst College, una de las clases que impartí como profesor invitado se convirtió en un curso obligatorio para los estudiantes de último año, en contra de mis deseos, y bastaron un par de alumnos con mala actitud para desalentar a otros que eran unos estudiantes excepcionales.

Un seminario que impartí en la UCLA resultó ser una gran experiencia el primer año que lo impartí, en gran medida por un alumno extraordinario que elevaba el nivel del debate para los demás. Pero cuando volví a impartirlo el año siguiente sin ese estudiante, los resultados fueron tan pobres que no volví a hacerlo de nuevo. Al final de una clase les dije a los miembros del seminario: "Tengo una decisión que tomar y ustedes, caballeros, me han ayudado a tomarla". Y dicho esto, me cogí una excedencia de dos años para dirigir un proyecto de investigación en Washington.

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