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Palo a Chávez

Decisivo fue, según se cuenta, que el ejército dijo que si a consecuencia de un pucherazo excesivamente llamativo la oposición se echaba a la calle, ellos no saldrían a reprimirla. Ante esa presión, Chávez aceptó perder por el mínimo.

Extraordinario es que Chávez pierda un referéndum, pero más extraordinario es que desde todas las esquinas se analicen los resultados de la votación como si reflejasen milimétricamente la voluntad popular. En un régimen como el que el pintoresco pero peligroso dictadorzuelo se ha montado eso es imposible, de ahí el primer extraordinario, su derrota. Por qué Chávez perdió requiere una explicación, pero no en clave estrictamente democrática. Su maquinaria electoral es de sobra poderosa como para invertir ese magro 2% que dio al traste con sus esperanzas, "de momento", según se apresuró a proclamar, exactamente igual que cuando fracasó su intento de golpe militar en 1992, que esperaba llevar a su culminación quince años después, el pasado dos de diciembre. Chávez fue forzado a aceptar una derrota y consiguió que fuera por el mínimo. Humillante, dada su personalidad y trayectoria pero reducido al mínimo de humillación y al máximo de posibilidades de volver a la carga.

No lo han doblegado sus enemigos sino las cuñas que han saltado de su misma madera. El chavismo siempre ha andado escaso de ideología y sobrado de corrupción. Este esperpéntico populista se ha agarrado a un imaginario socialismo bolivariano que debe haber revuelto en su tumba al caudillo don Simón. Mientras tanto, lo que lubrifica al régimen son los dineros del petróleo, cada vez más incompetentemente explotado, que son arbitrariamente repartidos, pero en crecimiento continuo por obra y gracia de la denostada demanda norteamericana y el aborrecido mercado internacional.

Con la gallina de los huevos de oro atenazada por el cogote, el Gobierno de Chávez ha encarecido la vida de los venezolanos prodigando el aumento de la demanda sin la correspondiente contrapartida en el crecimiento de la producción. El precio de los alimentos, la otra cosa que además de la gasolina era barata en el país, se ha disparado. Las masas desheredadas, que no son pocas ni pequeña su miseria, ven pasar los años sin que se cumplan las ilusorias esperanzas puestas en el régimen. La cobertura del reciente referéndum ha sacado a la luz el comienzo de disensión en los barrios pobres. La "regularización" de numerosos delincuentes acogidos en las partidas de la porra a sueldo del chavismo no ha propiciado una disminución de la altísima criminalidad, sino todo lo contrario. Todo ello explicaría el no a Chávez si el recuento de votos fuera impecablemente honesto. Pero ni modo.

Las encuestas de salida de urna daban un 60% al "no" a la propuesta chavista de reforma constitucional. Pero ¿quién sabe? Lo importante ha sido la revuelta dentro del propio campo gubernamental. Aparentemente, pureza de convicciones. El proyecto del gorila traicionaba los ideales revolucionarios. Mucho más creíble es el ingrediente personal. Con un poder omnímodo el sátrapa podía emplearse en depurar sus filas y devorar a sus miembros, como toda revolución que se precie ha hecho a lo largo de la historia. Diversos elementos le vieron las orejas al gato y se apresuraron a ponerle coto. Decisivo fue, según se cuenta, que el ejército dijo que si a consecuencia de un pucherazo excesivamente llamativo la oposición se echaba a la calle, ellos no saldrían a reprimirla. Ante esa presión, Chávez aceptó perder por el mínimo.

Se dice que los resultados reales eran de un 55% en contra de su propuesta, lo que daría una diferencia de 10 puntos, dejando sin manipular el 45% de abstención, en sí misma una confesión de fracaso para un régimen populista supuestamente muy movilizador, pero que también sería importante explicar. ¿Antichavistas que desesperaban de que los resultados reflejasen la realidad del voto? ¿Chavistas decepcionados que ya no querían seguir a su ex-héroe? Porque indiferentes, en un clima tan pasional, debía haber pocos. Con resultados poco fiables, es difícil descender al detalle en el análisis. Pero ¡ojo con Chávez! La historia no ha acabado.

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