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Jorge Vilches

El estiércol y el oro

La aceptación de las múltiples identidades nacionales no ha servido para fortalecer el Estado ni el sentimiento de unidad o la convivencia. Tampoco el "proceso de paz" ha acabado con ETA, sino que le ha insuflado vida.

Era lógico pensar que anuncios que recomendaban cosas del estilo de "Come sano. Gobierno de España", no tenían más objeto que hacer omnipresente al Ejecutivo y darle una pátina de españolismo tras años de maridaje con los separatistas. Ahora sabemos que estas campañas de publicidad han costado 1.100 millones de euros.

Este gasto ignominioso se puede tomar desde varios puntos de vista. Uno, el demagógico (o no), pensando en los distintos agujeros que podrían haberse tapado con dicha enormidad. Por ejemplo, en los miserables tres mil euros que costaban los inhibidores que los carros blindados españoles no llevaban en el Líbano. Otra perspectiva es encontrarse de cara, de forma descarnada, con la prueba de que el Gobierno se siente fracasado.

El recurso a la publicidad institucional para la promoción de un partido político es una vieja estratagema de los totalitarios. Consiste en utilizar la propaganda oficial para que la sociedad confunda el Estado con el partido, y a ambos con su líder. Es decir, y retomando el ejemplo inicial, la idea es mostrar a un ZP ocupado personalmente en que el ciudadano coma sano, o que el jubilado piense que cobra más gracias al presidente.

Este tipo de campaña política se debe a que al Gobierno de Zapatero no le ha salido nada bien; ni en la política exterior, ni en la interior. Por ejemplo, a la soledad internacional en la que nos ha sumido el "canciller" Moratinos, habría que añadir, entre una lista casi interminable, el ridículo del Tratado de Lisboa, que ahora se aprueba sin consultas nacionales, sin "referéndum plus".

Pero el desaguisado mayor, que no cabe en un anuncio de esos de "Gobierno de España", es el guirigay de las identidades nacionales, ahora a la carta, y el papelón con ETA, que ha salido políticamente robustecida. Porque el presidente Zapatero, adanista como pocos, ha creído que podía solucionar la paranoia dándole la razón al loco. Y despreciando las formas tradicionales de la democracia para reformar las bases del régimen, ha emprendido el cambio de la mano de los que quieren destruir el sistema.

El Gobierno se siente fracasado aunque satisfecho, haciendo gala de una de esas contradicciones tan típicas de la izquierda. La aceptación de las múltiples identidades nacionales no ha servido para fortalecer el Estado ni el sentimiento de unidad o la convivencia. Tampoco el "proceso de paz" ha acabado con ETA, sino que le ha insuflado vida.

Esto recuerda a aquello que dijo de si mismo George Washington sobre su plantación de Mount Vernon, arruinada. Confesó que había querido ser "alguien capaz de convertir en estiércol todo lo que toca, como transmutación previa antes de convertirse en oro". Pero aquí, tras la conversión de todo en estiércol, no hay nada que brille, y menos algo brillante.

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