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Álvaro Nadal

Con todo el aprecio al señor Rodríguez Braun

Todo liberal es demócrata, o al menos así pienso yo, y aunque imperfecto, el sistema de elecciones es el principal instrumento de revelación de preferencias públicas.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando me enteré que había sido el blanco del profesor Rodríguez Braun en su último artículo sobre la tontería económica de la semana, debido a esta frase mía: "El dinero de los impuestos lo pagan los ciudadanos y éstos a cambio quieren los mejores servicios públicos que esos impuestos pueden ofrecer. Impuestos eficientes y gasto público eficiente es lo que toda sociedad moderna y competitiva quiere."

El señor Rodríguez Braun interpreta esta afirmación como una defensa de un alto nivel de gasto público y los impuestos para financiarlo. En mi modesta opinión hay que partir de toda una serie de prejuicios apriorísticos para interpretar de esa manera tal aseveración. Y acercarse al pensamiento de otro sobre la base de un prejuicio es por definición la antítesis del liberalismo del que tanto el señor Rodríguez Braun como yo hacemos gala.

En palabras de Berlin, "la simple aceptación de que puede haber más de una respuesta para cada problema es una gran descubrimiento. Lleva al liberalismo y a la tolerancia." El liberal se acerca a las palabras de los demás sin apriorismos y busca entenderlas para ampliar, si es posible, su propio horizonte intelectual.

No comparto de ninguna forma la interpretación del señor Rodríguez Braun de mis palabras, ni me veo reconocido en su artículo. Como él bien sabe, el concepto de eficiencia en los gastos y los ingresos públicos está bien acuñado en la teoría económica tal y como expresan autores como Atkinson, Feldstein o Kotlikoff.

En breves palabras, eficiencia implica un nivel de gasto óptimo financiado con la menor distorsión posible. Y el nivel de gasto óptimo, con todas las imperfecciones expresadas por Arrow, Buchanan, Downs o más modernamente por Mueller o Nitzam, se revela a través del sistema democrático. Todo liberal es demócrata, o al menos así pienso yo, y aunque imperfecto, el sistema de elecciones es el principal instrumento de revelación de preferencias públicas.

Los recientes premios Nobel Hurwicz y Maskin nos enseñan a través de la teoría del diseño de mecanismos que los votantes nunca serán del todo sinceros, pero es su voto con lo que se cuenta para tomar las decisiones públicas.

Con todo ello es difícil conocer en profundidad las verdaderas preferencias del público y cómo deben llevar a decidir el nivel adecuado de gasto público. En mi opinión, en el caso de España todavía hay margen para racionalizarlo y disminuirlo y, por tanto, reducir los impuestos que lo financian. Son los votantes los que darán alguna señal al respecto, porque la oferta electoral de ambos partidos en esta cuestión se perfila como claramente divergente.

En todo caso creo que casi todo el mundo está en desacuerdo en considerar que el nivel óptimo de gasto público es cero. Ello nos lleva directamente a la disolución de la sociedad como estructura organizada, es decir, al más puro anarquismo prehobbesiano, además de ser ineficiente, porque bienes públicos, haberlos, haylos y se han de gestionar en común.

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