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Walter Williams

Cómo reducir el partidismo encarnizado

No hay ninguna razón por la que la elección de coches y ordenadores tenga que continuar siendo pacífica. Suponga que se decidiera democráticamente, ya fuera por medio de representantes políticos o por un referéndum que decidiera sobre esta cuestión.

Algunas personas se quejan de la encarnizada lucha partidista en que se ha convertido la política. Me parece muy bien. Cuanto mayor sea el número de decisiones tomadas por los políticos, mayores serán los conflictos. Vamos a verlo con unos cuantos ejemplos.

Me gusta el Lexus LS 460. También me gustan los ordenadores Dell. Muchas personas tienen gustos distintos. Algunos preferirán un Cadillac y un ordenador HP mientras que a otros les chiflarán los Chrysler y los IBM. Pese a estas claras preferencias por ciertos coches y ordenadores concretos, nunca vemos a nadie discutir o pelearse porque nadie intenta imponer sus gustos sobre coches y ordenadores a los demás. No hay conflicto. ¿Por qué? Porque usted puede comprarse el automóvil y la computadora que quiera; yo hago lo propio y tan amigos.

Pero no hay ninguna razón por la que la elección de coches y ordenadores tenga que continuar siendo pacífica. Suponga que se decidiera democráticamente, ya fuera por medio de representantes escogidos mayoritariamente o por un referéndum que decidiera sobre esta cuestión. Resolveríamos colectivamente qué coches y qué ordenadores utilizaríamos todos.

Le garantizo que tendría lugar un conflicto encarnizado y desagradable entre compradores de coches y ordenadores por lo demás pacíficos. Todos tendrían motivos para enfrentarse con quienes tuvieran gustos automovilísticos e informáticos distintos, porque el beneficio de una persona sería necesariamente la pérdida de otra. Sería lo que los expertos en estrategia llaman un juego de suma cero. ¿Cómo arbitraria usted una paz en este conflicto? Seguro que, si no es un tirano, diría: "Saquen la decisión del terreno político y dejen que la gente se compre el coche y el ordenador que le venga en gana."

La oración en las escuelas, la educación sexual o el "diseño inteligente" son asuntos controvertidos. Creo que los padres deberían tener el derecho a optar por que sus hijos recen una oración por la mañana en el colegio, se les enseñe el "diseño inteligente" y no tengan una asignatura de educación sexual. También creo que otros padres deberían tener el derecho a que sus hijos no se vean expuestos a la religión o al "diseño inteligente" en la escuela y que, en cambio, reciban educación sexual.

El motivo por el que estos asuntos sean motivo de conflicto entre nosotros es que la educación la proporciona el Estado. Eso significa que o bien se reza o bien no, que hay "diseño inteligente" o no y que hay educación sexual o no la hay; todo ello en términos absolutos. Cuando un padre ve cumplidos sus deseos, lo está haciendo a costa de los de otro padre. El perdedor tiene que poner cara de póquer y aguantarse o enviar a su hijo a una escuela privada, pagar su matrícula y pagar además vía impuestos el colegio que no quiere.

Igual que con los ejemplos del coche y el ordenador, la solución es sacar de la escena política la producción de la educación. La mejor manera sería poner fin a cualquier participación del Estado en la educación. Si eso no pudiera hacerse, al menos deberíamos reconocer que el hecho de que el Gobierno financie algo no significa que tenga que producirlo. El Gobierno compra cazas F-22 Raptor, pero no los fabrican factorías estatales. Lo mismo se podría hacer en educación. Podríamos financiar colectivamente la educación a través de deducciones fiscales sobre matrículas o cheques escolares, pero permitiendo elegir a los padres, como se hizo con la ley que otorgaba beneficios educativos a los veteranos de guerra. El Gobierno pagaba la educación, pero los antiguos soldados elegían el centro.

Cuando los recursos son asignados por el Gobierno aumentan las posibilidades de que se produzcan conflictos, mientras que cuando lo hace el mercado se reducen. Esto también es aplicable a otros asuntos como las pensiones y la sanidad. Usted puede ocuparse de su jubilación y su cuidado médico como prefiera, que yo me ocuparé del mío como me plazca. Está bien que usted prefiera que su jubilación y su salud estén en manos del Gobierno siempre y cuando no nos obligue a los demás a participar. Pero me temo que la mayor parte de los norteamericanos vería con hostilidad una solución que promoviera tanto la libertad. Están seguros de tener derecho a contar con la coacción del Gobierno para imponer sus preferencias a los demás.

En Libre Mercado

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