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Victoria Llopis

EpC llega al Código Civil

Si usted, ciudadano co-responsable de los objetivos educativos impuestos por el Ministerio de Educación, ve por la calle que la rabieta de un niño pequeño se zanja con una palmada en el culo, acuda sin tardar al Juzgado de guardia más próximo.

Hace unos meses estuvo circulando por internet el vídeo de una intervención del juez de menores Emilio Calatayud, quien con gracejo y a la vez solidez argumentativa hacía consideraciones sobre uno de los artículos del Código Civil eliminado ayer por el Congreso. Este juez, famoso por sentencias imaginativas con fines educativos del menor delincuente, afirmaba que se había pasado en sólo treinta años de un extremo al otro: de un modelo político y educativo autoritario a uno en el que los niños sólo tienen derechos, derechos y derechos y los padres han pasado a ser poco menos que colegas de los hijos.

Ponía el gracioso ejemplo sobre cómo abordar un plato de sopa que el niño no desea comer, retratando dos perfiles de padres muy distintos, con dos ideas diferentes de la educación. Señalaba que la palabra mágica en el segundo modelo era "diálogo". Pues bien, se ve que algunos parlamentarios debieron escuchar su intervención y tomaron buena nota, porque ya tenemos el "diálogo" en relación a los hijos en el nuevo Código Civil.

Nadie en su sano juicio diría que este juez de menores, al recordar el contenido del artículo 154, estuviera haciendo apología del maltrato infantil. Porque los españoles padres de familia nos preguntamos estupefactos: ¿qué extraños elementos afloran desde el subconsciente de estos diputados socialistas que de la afirmación "corregir razonablemente" coligen "maltratar", y maltratar "físicamente"? Alivia ver que queda algún diputado que más allá de las alianzas de poder de esta legislatura se atreve a decir lo que el sentido común indica: "corregir razonable y moderadamente no significa que se ampare la violencia física" (Margarita Uría, PNV); "ninguna formación política –al mostrarse en contra de esta supresión– defiende el maltrato a los hijos" (Jordi Jané, CIU); "la Real Academia no dice que "corregir" sea pegar un bofetón" (Lourdes Méndez, PP).

Pues si no se deduce del significado meramente semántico de la expresión, ¿de qué se deduce y por qué? Pues lógicamente, del prejuicio ideológico. El buenismo –marca de la casa del zapaterismo– aplicado a la resolución de la rabieta de tu hijo de dos años, que chilla, patalea y –como suele decirse– "no atiende a razones" cuando no le dejas comer más chuches o pretendes que por la noche se vaya a la cama. La "democracia deliberativa" incrustada en el seno del hogar.

Pero profundicemos. Jean François Revel llamó "totalitarios virtuosos" –pero totalitarios al fin y al cabo– a los que salieron de las revueltas del 68 e impregnaron de elementos antiautoritarios todo el sistema educativo y, por ende, el social. Fue el gran triunfo de los postulados roussonianos: no se busca per se el bien educativo y moral del niño, sino sólo conducir su voluntad hacia donde el educador quiera, que es llevarle a la sociedad ideal del contrato social. Por eso las teorías educativas nacidas de la pedagogía roussoniana ponen el énfasis no en instruir, sino en "educar en valores".

Una de las primeras escuelas que pusieron en práctica hasta el extremo estos principios fue la famosa Summerhill, fundada en 1921 por A. S. Nelly. En ella no se hablaba de disciplina, las normas las ponían los propios niños, los horarios apenas existían, la asistencia a clase era voluntaria y nunca, nunca, se castigaba al niño. O sea, que no corregían "razonable y moderadamente". De los resultados escolares y humanos de los niños que pasaron por Summerhill, mejor no hablar.

Así, se ha llegado a una situación en la que poco importa que el niño sepa o no sepa Matemáticas o Historia (tenemos recientes los resultados del Informe PISA); se diría que lo que realmente importa es que la escuela cree en el niño unas determinadas actitudes y dé una educación en valores. Unas actitudes y unos valores que son cuidadosamente escogidos por quienes dominan el terreno educativo. Enlazamos de nuevo –cómo no– con el problema de Educación para la Ciudadanía.

Del planteamiento de fondo de la LOE en su conjunto y de los reales decretos aprobados se deduce –al margen de la pretensión y los contenidos, tan polémicos– que estamos ante una nueva vuelta de tuerca del modelo "constructivista" en lo pedagógico, heredero de Rousseau. A los niños no hay que ponerles límites, ellos solos se autorregulan, el profesor es una especie de espectador externo que debe limitarse a ser algo así como el moderador de un debate. Diálogo, diálogo, diálogo. Repasen el Real Decreto poniendo en el buscador la palabra "diálogo" y verán que es uno de los términos más repetidos. Pongan "autoridad" y no saldrá ninguno. Parece que, cuanto menos, falla la proporción.

Si el caos escolar provocado por la falta de autoridad de los docentes es ya manifiesto hace mucho tiempo, ahora se busca llevar esa misma filosofía a la sociedad en su conjunto, y a todas y cada una de las familias en particular. No hay que perder de vista que la LOE dice expresamente: "Debe proporcionarse a los alumnos las habilidades necesarias para desenvolverse con autonomía en el ámbito familiar". Es decir, establece como necesario al ámbito de intervención estatal la actuación sobre los entornos familiares, introduciendo en el niño elementos tempranos de crítica y cuestionamiento del orden familiar en aras a la subversión de sus valores. Pues ya lo tenemos: por la vía directa del reformado Código Civil, nada menos. A partir de ahora si el niño considera que el padre no le ha reprendido "con respeto a su integridad física y psicológica", lo puede denunciar, puesto que estará incurriendo en el nuevo supuesto del Código Penal.

Luego, la realidad se encarga de demostrar a qué conducen ciertas ideas y hoy, sin ir más lejos, tenemos en la prensa el caso de esa madre que ha tenido que llamar a la Policía para que llevara a sus hijos al colegio, porque sólo querían estar con el ordenador. No queremos ni imaginar cómo será la convivencia familiar cuando tan educados niños vuelvan del centro escolar después de este hito sin precedentes.

Decía Maritain en su libro Tres Reformadores, hablando de Rousseau, que del mito de la Naturaleza saldría lógicamente el dogma de la bondad natural. Y que la libertad es una exigencia absoluta de la Naturaleza, por lo que toda sumisión, cualquiera que sea, a la autoridad de un hombre –aunque sea tu padre– es contraria a la Naturaleza. "Debe proporcionarse a los alumnos las habilidades necesarias para desenvolverse con autonomía en el ámbito familiar". Ahora entendemos.

Y la LOE afirma que "los objetivos que deban alcanzarse deben ser asumidos no sólo por las Administraciones educativas y por los componentes de la comunidad escolar, sino por el conjunto de la sociedad". Pues si alguna familia pensaba que podría mantener una diferencia de criterio con el Ministerio de Educación y, al menos en la intimidad de su hogar, aplicar otros, se equivocó. Y a partir de ahora, si usted, ciudadano co-responsable de los objetivos educativos impuestos por el Ministerio de Educación, ve por la calle que la rabieta de un niño pequeño se zanja con una palmada en el culo, acuda sin tardar al Juzgado de guardia más próximo. El Gran Hermano avanza.

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