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EDITORIAL

El consenso como trágala

Se podrá discutir sobre las virtudes y defectos del consenso, sobre si es la mejor manera de solventar las diferencias políticas o no. Pero lo que resulta indiscutible es que requiere del acuerdo entre los dos grandes partidos españoles

Como suele ocurrir al final de todas las legislaturas, presidente, vicepresidente y ministros hacen recuento de su labor en el Ejecutivo y, sorprendentemente, encuentran un montón de cosas positivas que decir de sí mismos. No es raro que al hacerlo se contradigan casi en la misma frase, como ha hecho el ministro Solbes al presumir de su gestión al frente de la economía española –al menos cuando le han dejado hacerlo Sebastián y Taguas–, mientras reducía dos décimas la previsión de crecimiento para el año que viene, al día siguiente de aprobar unos Presupuestos que acaba de reconocer como falsos.

Lo que se sale un poco de lo habitual es que un político se burle tan descaradamente de la inteligencia de los ciudadanos como ha hecho la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, que dentro del resumen de virtudes del Gobierno de las que ha jactado ha dedicado una especial atención al "consenso" logrado por los socialistas en esta legislatura. Hay que reconocerles a los socialistas una especial habilidad en el uso de palabras plenas de connotaciones positivas para definir realidades bastante más oscuras, pero hablar de consenso cuando se quiere decir "cordón sanitario" se sale, por lo burdo, de los límites habituales.

Desde ya antes de llegar al poder, Zapatero se ha caracterizado por su afán por destruir todos y cada uno de los grandes consensos que permitieron construir la Transición y que nos han acompañado desde entonces. El principal ha sido su ofensiva contra el modelo de Estado, que ha sustituido por una subasta entre nacionalistas en la que se ha apartado a la gran mayoría del pueblo español, que ha pasado desde entonces a apoyar, incluso, una reforma constitucional que restaure el consenso perdido e impida que se rompa en el futuro. Pero no ha sido, ni de lejos, el único ejemplo. Todas las semanas ofrece alguno nuevo; el último, el de reabrir el debate sobre el aborto, un asunto cuya regulación actual no deja contento a casi nadie, pero que había quedado más o menos fuera de la refriega política hasta que Zapatero ha decidido que había que "reflexionar" sobre ello.

Especialmente notorio ha sido el afán del Gobierno por negociar con los terroristas un final negociado al crimen político, rompiendo el consenso –este sí– que él mismo había propuesto y que prohibía no sólo esto, sino incluso pactar con organizaciones que, como el PNV, habían optado por echarse al monte. Para cubrirse las espaldas pidió, y recibió, el apoyo de los mismos grupos que se negaron a incorporarse al Pacto Antiterrorista y así disimular su ruptura en la cortina de humo de "la soledad del PP".  Pero en ningún lugar del mundo se puede calificar de consensuada una decisión que cuenta con el rechazo de la mitad de su población, especialmente si estos ciudadanos dejan claro que ese rechazo no se limita a sus representantes políticos, expresándose claramente mediante una rebelión cívica que ha llenado las calles una y otra vez estos cuatro años.

Así, De la Vega ha vuelto a quejarse hoy de que la oposición ha roto el consenso en materia antiterrorista, cuando ha sido su Gobierno el único que se ha movido del acuerdo al que llegaron los dos principales partidos de no dejar jamás de aplicar el Estado de Derecho contra ETA. Durante esta legislatura, los socialistas y sus socios han repetido una y otra vez eso de que "el PP se ha quedado sólo". Luego, cuando los terroristas asesinan a dos guardias civiles, acudieron todos con las orejas gachas a refugiarse bajo el lema que sólo Mariano Rajoy y los suyos han defendido en sede parlamentaria. Y es que da lo mismo estar solo si se tiene la razón. Pero, sobre todo, es imposible estar solo cuando se tiene detrás a diez millones de votantes.

Se podrá discutir sobre las virtudes y defectos del consenso, sobre si es la mejor manera de solventar las diferencias políticas o no. Pero lo que resulta indiscutible es que requiere del acuerdo entre los dos grandes partidos españoles y, luego, de los que quieran apuntarse. El Gobierno ha procurado durante la legislatura aislar al PP y aprobar leyes y adoptar medidas que fueran en contra de sus principios y los de sus votantes. Así que, al menos, sería de agradecer que al sectarismo que han demostrado durante estos cuatro años no añadan el sarcasmo de calificarlo de consenso.

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