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Jaime Ignacio del Burgo

La victoria de Rajoy

Hay motivos más que fundados para dudar de la sinceridad de las últimas rectificaciones de Rodríguez Zapatero, que no se hubieran producido si en la Moncloa no hubieran saltado todas las alarmas a la vista del empate técnico que revelan las encuestas.

"El poder desgasta sólo a quien no lo tiene". Esta célebre frase, atribuida al incombustible y controvertido político italiano Giulio Andreotti, podría reflejar el sentimiento derrotista de un sector de la derecha española que no confía en las posibilidades de triunfo del Partido Popular en las próximas elecciones generales.

Todo el mundo reconoce que Mariano Rajoy es un brillante parlamentario y muchos piensan que hubiera sido un buen presidente del Gobierno si el 11-M no hubiera truncado las razonables expectativas del Partido Popular de continuar en el poder. Sin embargo, a la hora de juzgar su actuación como jefe de la oposición hay división de opiniones. Para unos, el liderazgo tranquilo de Mariano Rajoy es su mejor aval para conseguir la victoria pues transmite serenidad y confianza para superar la crispación generada por las políticas de Rodríguez Zapatero, mientras otros consideran que le falta "rasmia" es decir, el empuje y tesón necesarios para movilizar al electorado popular.

Es verdad que en España hay quienes sueñan con la aparición en el horizonte de un caudillo carismático capaz de salvar a la patria de la actual situación de crisis nacional. Pero la democracia es lo contrario del caudillismo. Lo que importa es que quien aspire a gobernar obtenga la adhesión del electorado por su honradez a carta cabal, por tener principios y convicciones además de ofrecer programas atrayentes e ideas claras sobre lo que conviene hacer para mejorar el bienestar y promover el progreso económico y social. No creo incurrir en ninguna exageración si afirmo que Rajoy reúne todas esas cualidades.

Por otra parte, como líder de la oposición Rajoy ofrece un balance extraordinariamente positivo. Se convirtió en presidente del partido en momentos muy difíciles, cuando el desánimo producido por la derrota del 14 de marzo de 2004 se apoderó de muchos de los que ahora reclaman un puesto de honor en las listas electorales. Empató con el Partido Socialista en las elecciones europeas de 2005 y ganó las municipales y autonómicas de 2007. Y por último ha obtenido una gran victoria al haber obligado al presidente del Gobierno a rectificar el rumbo de alguna de las políticas que para desgracia de los españoles han marcado esta primera –y espero que última– legislatura de Rodríguez Zapatero.

En estos momentos el Gobierno dice estar dispuesto a derrotar a ETA aunque en ningún momento su presidente ha manifestado su disposición a enterrar, el desdichado y mal llamado "proceso de paz". El reiterado rechazo a la derogación de la resolución del Congreso de mayo de 2005 induce a pensar que todavía hay gato encerrado. En cualquier caso será difícil de olvidar el día en que el presidente del Gobierno de España, en el zaguán del Congreso, expresó su disposición a negociar con los terroristas un nuevo marco político para el País Vasco y a reconocer la libre decisión de sus ciudadanos, después de haber desactivado la reacción del Estado de Derecho frente al terror aberzale. ¿Quién estuvo desde el principio enfrente de esta humillante claudicación, soportando la brutal campaña de descalificación de los mismos que ahora aplauden la firmeza del Gobierno? ¿Acaso alguien cree que sin la decidida defensa de la libertad de Navarra por parte de Mariano Rajoy los socialistas hubieran echado marcha atrás en las negociaciones conducentes a la entrega del gobierno foral a los nacionalistas?

Rajoy no pudo evitar la aprobación del nuevo Estatuto de Cataluña, pero su decidida defensa de la Constitución hizo que algunos de sus preceptos más escandalosamente inconstitucionales fueran "peinados" en su tramitación parlamentaria. Respecto a otros de dudosa constitucionalidad, el PP presentó el correspondiente recurso y confía en que el Tribunal Constitucional no avale la fraudulenta conversión de España en un Estado plurinacional. Pues bien, fue esa actitud de firmeza de la oposición la que obligó al PSOE a buscar el consenso con el Partido Popular a la hora de aprobar la reforma de los demás estatutos de autonomía.

El Partido Popular ha reivindicado con vigor el patriotismo constitucional, basado en la idea de España como nación de ciudadanos libres e iguales, frente al relativismo de Rodríguez Zapatero para el que la nación es un concepto discutido y discutible. El presidente, en vísperas electorales, parece dispuesto a envolverse en la bandera de España aunque su partido no sea capaz de respetar la legislación sobre los símbolos nacionales.

Incluso en política económica y social, Rodríguez Zapatero ha asumido importantes propuestas del Partido Popular como la ayuda de los 2.500 euros por hijo o la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio.

Es verdad que en otras muchas cuestiones esenciales la oposición no ha conseguido evitar que se imponga el sectarismo socialista, sólidamente apoyado por sus socios nacionalistas a los que ha permitido soñar con la inminencia de la secesión. Lo peor de todo es que se han resquebrajado los pilares sobre los que se basó el consenso de la transición.

Tal vez un Partido Socialista en la oposición busque el acuerdo con el Partido Popular. Resulta imprescindible introducir en la Constitución o en las leyes que la desarrollan algunas reformas para garantizar la libertad, la igualdad básica de todos los españoles y el cumplimiento de los grandes objetivos nacionales. El fortalecimiento de la independencia del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial sigue siendo una asignatura pendiente.

Ciertamente hay motivos más que fundados para dudar de la sinceridad de las últimas rectificaciones de Rodríguez Zapatero, que no se hubieran producido si en la Moncloa no hubieran saltado todas las alarmas a la vista del empate técnico que revelan las encuestas.

Por todo ello, Mariano Rajoy ha demostrado que Andreotti no estaba en lo cierto al afirmar que el poder desgasta sólo al que no lo tiene. Por eso no es temerario apostar por la victoria electoral del Partido Popular pues los ciudadanos saben que es mejor poner al frente de la nave del Estado a un capitán acreditado que confiar en la rectificación de un timonel incapaz de marcar el rumbo.

En España

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