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José Enrique Rosendo

Doble crisis

son los problemas que tendremos que afrontar después de ver que nuestros gobernantes han estado durmiendo la siesta durante la cosecha y ahora ni siquiera quieren ver que ha llegado el invierno.

Como estamos en campaña electoral, aún hay numerosas voces que se desgañitan en hacernos creer que no hay crisis económica y que todo es fruto de ciertas turbulencias que pasaban por allí o por acá. El ministro de Economía, el solvente Solbes, está metido debajo de la cama. Y el de Trabajo, Jesús Caldera, únicamente se atreve a asomar la patita por la rendija de la puerta del despacho de gruesa moqueta en donde habita.

De modo que ha sido el secretario de Estado de Economía, David Vegara, un intermoney como Sebastián, quien finalmente se ha atrevido a salir al paso de los pésimos datos oficiales recién conocidos de ocupación e inflación.

Sostiene Vegara que no pasa nada porque aumente el paro, porque es consecuencia del contexto económico, pero luego se aventura a añadir que a partir de la primavera tanto la inflación como el empleo mejorarán. Claro, en primavera ya habremos votado y si ellos ganan tendrán otros cuatro años por delante para mamandurrias, justificaciones y procesiones agnósticas clamando porque la fortuna vuelva a sonreír a nuestra economía.

Hace unos días, un amigo español que trabaja en medios financieros de Nueva York, me decía que últimamente escucha mucho hablar de nuestro país en Estados Unidos, algo que es inusual. No hablan desde luego de nuestra Alianza de las Civilizaciones, ni tampoco, por descontado, de la destreza de la política exterior de nuestro particular Metternich, el orondo y simpar Moratinos. En realidad se refieren a nosotros como un tsunami,  el que puede provocar nuestra economía en la Unión Europea.

En Bruselas hace tiempo que nos temen como a una vara verde. España ha vivido de créditos baratos logrados en el extranjero. Nuestra economía ha ido perdiendo competitividad (crece la mitad que la media de la UE, que tampoco es para tirar cohetes) y de ello da buena cuenta la balanza comercial. El patrón de crecimiento de este país se ha basado en la construcción (no sólo en la vivienda). La inversión extranjera en nuestro país empieza a decrecer. Y las reformas económicas que eran necesarias en 2004 siguen siendo las mismas que, ya imperiosamente, necesitamos poner en marcha una legislatura después.

Es cierto que el contexto internacional no es favorable, y que todo apunta a que iremos hacia una ralentización de la economía, cuando no a una recesión en toda regla. La expansión crediticia vivida en la última década nos va a pasar factura y me niego a pensar que la crisis subprime norteamericana no sea sino únicamente un efecto, aunque lógicamente también causa de otras consecuencias: sobre todo la aceleración del proceso. En este sentido, España sufrirá las consecuencias y tienen razón quienes dicen que ahí el Gobierno tiene poca responsabilidad.

Sin embargo, es posible que en nuestro país vivamos dos crisis coetáneas, y añadamos a la universal otra particular, made in Spain. O si se quiere, que las consecuencias de una restricción internacional del crédito y una subida generalizada de alimentos y sobre todo del petróleo, del que somos extremadamente dependientes, nos colocará en una difícil situación en donde el paro, a su vez, aumentará la morosidad y el gasto social; y en donde la inflación recortará drásticamente nuestra ya maltrecha competitividad.

Monocultivo ladrillero como único patrón de crecimiento, inmigración descontrolada y de baja cualificación profesional, endeudamiento familiar gigantesco, espectacular apalancamiento financiero de las compañías, aumento irresponsable del gasto social y de la presión fiscal, profunda inestabilidad política e intervencionismo indisimulado en la economía son los siete pecados capitales que podemos achacar al Gobierno de Zapatero, y exclusivamente a él.

Pero sobre todo son los problemas que tendremos que afrontar después de ver que nuestros gobernantes han estado durmiendo la siesta durante la cosecha y ahora ni siquiera quieren ver que ha llegado el invierno. Arias Cañete se pregunta si quienes han dilapidado el tiempo, es decir, los socialistas, son los mejores para administrar la crisis. Si los mileuristas se abstienen, cansados de hipotecas que no pueden pagar, de precios que suben y suben y de un Gobierno que, en esas circunstancias, lo mejor que puede ofrecer es el consejo de comer conejo, entonces el PP tiene una oportunidad.

Ya veremos.

En Libre Mercado

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