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Ignacio Villa

Diga conmigo: "¡Viva España!"

Se ha acordado del Rey Don Juan Carlos en su 70 cumpleaños, pero no ha gritado ese habitual y constante recuerdo a la patria de todos.

La visita del presidente del Gobierno a Líbano para visitar a las tropas españolas nos vuelve a dejar la dura realidad a la que ya estamos acostumbrados. Zapatero no cree en España. Una afirmación que ya, a estas alturas de la legislatura, puede parecer una repetición aburrida, pero que, ciertamente, es algo a lo que no nos podemos acostumbrar. Por mucho que el presidente del Ejecutivo insista en su desprecio.

A nadie se le oculta que Zapatero tiene entre sus objetivos el cambio en el modelo de Estado y que por lo tanto España -lo que se dice España- es un elemento altamente molesto para quien tiene ese objetivo que pone en duda la herencia de la Transición, la estabilidad constitucional y la actual estructura del Estado.

Zapatero, en su visita a las tropas españolas en Líbano, una visita -por cierto- diseñada tarde y mal, ha omitido en el brindis final el tradicional "¡Viva España!". Se ha acordado del Rey Don Juan Carlos en su 70 cumpleaños, pero no ha gritado ese habitual y constante recuerdo a la patria de todos. Desde luego no es algo nuevo, no es algo que nos pueda o que nos deba sorprender. Y es que Zapatero siempre ha mostrado su clara animadversión a todo lo que signifique reconocer su cariño publico hacia España, su reconocimiento institucional a la Nación como una de sus principales obligaciones como presidente del Gobierno: defender la unidad de España.

Desde luego, no deja de ser llamativo; es más, es imposible que nos acostumbremos a que al jefe del Ejecutivo le cueste tanto algo tan esencial para desarrollar adecuadamente sus compromisos: la defensa de España. Tendría que ser algo natural, constante, habitual, normal en el trabajo del presidente del Gobierno. Zapatero ha podido pensar, en algún momento, que tenía capacidades especiales para hacernos olvidar a todos los españoles sobre cuales eran sus obligaciones. En sus laberintos dialécticos ha llegado a pensar que los ciudadanos nos ibamos a acostumbrar a sus juegos de palabras vacías de contenido y dirigidas al trampeo y a la trapisonda con el futuro de España. Y el presidente se ha equivocado.

Es más, Rodríguez Zapatero ha conseguido que la bandera, el himno y el grito de apoyo a España se convierta en un gesto de orgullo. Tal ha sido su tozudez, tal ha sido su descaro que los símbolos de España que producían una cierta indiferencia entre lso españoles se han convertido en una auténtico resorte, en la agarredera necesaria para miles y miles de ciudadanos que simplemente quieren a España. Sin complejos y sin obsesiones. Presidente diga conmigo: "¡Viva España!". Así de fácil.

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