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José Enrique Rosendo

Las fábulas de Esopo, con Z

Muchos afectados de rentas medias y bajas, tradicionalmente inclinados a votar socialista, puedan quedarse en su casa, desilusionados y hasta cierto punto abrumados por un Gobierno cuya prioridad en materia económica es recomendar el consumo de conejos

Como en la famosa fábula de Esopo, Zapatero ha dicho que no es su estilo ganar por goleada y que, por tanto, Rajoy jugará un partido decente en las generales de marzo. Seguro que la desfigura humana del fabulista griego, esa misma que pintó Velázquez y que se nos viene a la mente cada vez que nos acordamos de él, pensó en Zapatero cuando compuso el cuento del zorro y las uvas. Total, estaban verdes.

Hace tiempo, el dircom de una de las mayores eléctricas del país me decía que en su compañía no pensaban que ganara el PP las generales, salvo que el terrorismo repuntara crudamente. Según este argumento, ningún presidente del Gobierno había perdido unas elecciones si no por la inestabilidad política y el resquemor social que producen las voladuras y los asesinatos. Así, el PSOE perdió en 1996 por el Gal y el PP en 2004 por los atentados del 11 de marzo, aún por esclarecer definitivamente.

Sin embargo, yo no creo eso. Es cierto que Zapatero ha apostado muy fuerte en esta legislatura por la negociación con la banda terrorista, que recordemos no sólo es independentista, sino también marxista-leninista en línea ideológica con Cuba y Chávez. Es verdad que nuestro presidente ha sido débil y casi cortesano de los nacionalismos periféricos hasta el punto de noquear la Constitución española en muchos aspectos. Nadie discute que la política exterior de esta legislatura ha sido un puro y llano disparate. Y que se ha fomentado el enfrentamiento entre españoles a cuenta de la religión, del trasvase de aguas, del 11-M o del modelo territorial, por poner sólo algunos botones de muestra.

Pero nada de eso ha erosionado lo suficiente la imagen de Zapatero, vestido de tipo dialogante, progrevogue, bienintencionado y hasta simpaticón para muchas personas, frente a la imagen (ya, ya sé que injusta) de un Rajoy histriónico, hierático y aislado. Tiene razón El País cuando sermonea a Z por no haber adelantado las elecciones, porque el desagradable manto de la crisis económica va cubriendo el panorama cotidiano de demasiada gente, y sobre todo, de gente teóricamente suya, de gente de barriadas obreras y de jóvenes recién empleados que difícilmente llegan ya a finales de mes.

Puede que esta vez la economía sea la que derrote a un presidente en las urnas. Desde luego, y con independencia del color político del afectado, sería una extraordinaria novedad, una noticia positiva, en tanto que a partir de ese momento nuestros políticos dejarían de preocuparse por crear problemas donde no los hay (la memoria histórica, el mal llamado conflicto territorial, las leyes contranatura sin consenso social, el desesperado y sospechoso intento de secularizar las conciencias...) y se fajarían en lo que realmente importa a los ciudadanos: el dinero que tenemos en el bolsillo.

Sin embargo, no crean que la cosa resultará tan sencilla. Rajoy tiene el viento a su favor, pero con eso no basta. Ahora le toca convencer: a) de que la crisis económica española no deviene exclusivamente del mal contexto internacional (lo cual excusaría a Zapatero de buena parte de la culpa), sino que tiene también peculiaridades nacionales derivadas de la mala gestión gubernamental, y que este aspecto local la agravará considerablemente; b) de que su partido tiene suficientes proyectos de envergadura para aprovechar el superávit público para afrontar con éxitos la crisis y salvar el barco, es decir, convencer al electorado de que la derecha administra mejor la economía que la izquierda; y c) de que las políticas liberales, imprescindibles para afrontar la crisis, no benefician a los ricos, sino que por el contrario constituyen una garantía de bienestar para las amplias clases medias de este país.

Al mismo tiempo, el PP necesita dar la impresión de que no está radicalizado en las esencias de aquella derecha rancia e intervencionista. Ya ven que buena parte de la intelectualidad de izquierdas está aprovechando los paraninfos mediáticos para sedimentar la idea de que la derecha es autoritaria, mojigata y militarista. Es la apelación al frontismo, para que la izquierda se movilice para hacer frente al PP, en la confianza de que este país es sociológicamente de centro-izquierda.

El PSOE va a tener que presentar al PP como un dóberman de nuevo, e insistir en que la derecha puede ganar las elecciones y que por tanto es necesario que todos los izquierdistas acudan a las urnas, ya que saben y temen que el encarecimiento de la vida (de los precios de consumo y las hipotecas) mezclado con la desconfianza que supone el rebrote del paro, puede hacer que muchos afectados de rentas medias y bajas, tradicionalmente inclinados a votar socialista, puedan quedarse en su casa, desilusionados y hasta cierto punto abrumados por un Gobierno cuya prioridad en materia económica es recomendar el consumo de conejos y que apaguemos las luces y los grifos del agua.

La arremetida contra las huestes de Rajoy, pues, va a ser de escándalo. Al PP le faltan medios de comunicación que, desde la independencia, defiendan postulados ideológicos próximos a lo que se entiende por una derecha moderna y civilizada. En fin, otra vez Esopo: la hormiga y la cigarra. A ver si aprenden.

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