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Ignacio Villa

La tragedia de Zapatero

Zapatero vive enfundado en sus debilidades y la cuesta abajo hasta el 9 de marzo puede ser atroz. Por eso se ha convertido en un auténtico peligro. Está dispuesto a arrastrar lo que haga falta para seguir en la Moncloa.

A dos meses exactos de las elecciones generales, es evidente que Rodríguez Zapatero no ofrece dudas. Ha entrado en un estado de nerviosismo compulsivo que le va a llevar a situaciones desde luego muy alejadas de la realidad. El presidente del Gobierno parece empeñado: es más, está obsesionado. Su objetivo es claro: ganar las elecciones. Pero ya no oculta que ese objetivo está dispuesto a alcanzarlo a cualquier precio.

En estos momentos utiliza dos estrategias, pero -¡ojo!- son simplemente el aperitivo de lo que se nos viene encima en estos dos meses que tenemos por delante. En este arranque de la campaña electoral, Rodríguez Zapatero se encuentra fabricando desde su calenturienta imaginación una realidad virtual entre la fantasia y el espectáculo, y además se ha marcado los ataques a la Iglesia como el gran recurso electoral para buscar y rebuscar el voto de la izquierda radical y extremista que con gran probabilidad se va a quedar en casa el dia de las elecciones y que lo necesita para una victoria en las urnas.

En estos días, el presidente del Gobierno, allá donde va, se encarga de insistir en dibujar ese mundo ideal de una España impecable, donde la economía marcha viento en popa y donde los ciudadanos viven felices y contentos al observar cómo su presidente ha sacado al país del desastre histórico en el que se encontraba atascado. Ese es el cuento feliz y desde luego mentiroso de Zapatero. Parece que piensa que de tanto repetirlo se va a convertir en realidad como se ha creído tantas veces en esta legislatura. Pero el presidente ya no engaña a nadie. Ha perdido la frescura, ha perdido el encanto ficticio de los comienzos, ha dilapidado todos los réditos de sus políticas aparentes y de sus brindis al sol. Zapatero se ha convertido en un personaje descreído de su propia dialéctica, aburrido en sus requiebros y repetitivo en sus juegos de palabras. Es como el coche que se queda sin gasolina al borde de  la gasolinera cuando estaba a punto de llenar el depósito.

El presidente, que ha jugado tanto con todo y con todos, se está desinflando en el peor de los momentos. Justo cuando debería sacar brillo a sus historias, se está quedando atascado en sus inventos. En el momento en que tendría que recuperar el esfuerzo invertido, se está agotando en sus maneras. Es verdad que él sigue repitiendo lo mismo que hace cuatro años, él sigue utilizando los mismos tópicos, él sigue agarrándose a los mismos argumentos. Pero ya no hay recorrido para más; ya no existe resquicio para la credibilidad; ya no aparecen puntos donde sujetar una argumentación vacia de contenidos. Zapatero vive enfundado en sus debilidades y la cuesta abajo hasta el 9 de marzo puede ser atroz. Por eso se ha convertido en un auténtico peligro. Está dispuesto a arrastrar lo que haga falta para seguir en la Moncloa. Y esa actitud en el poder es una auténtica tragedia. La tragedia de Zapatero.   

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