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Antonio Robles

Cataluña metafísica

Esa Cataluña conceptual, que suplanta, que empobrece, que oculta, que asola toda la riqueza y diversidad de la Cataluña real. En lenguaje informático actual: Una realidad virtual. En lenguaje de barrio: Un tocomocho.

Es sabido que la filosofía, en tanto que proyecto de explicación racional del mundo, ha aspirado, desde siempre, a la construcción de cosmovisiones que permitan al ser humano superar aquella perplejidad que experimenta ante lo desconocido. La filosofía transforma lo inhóspito en habitable, lo misterioso en comprensible.

El sueño del filósofo era llegar a romper la opacidad de lo real. De lo que se trataba era de explicar la realidad mediante conceptos, de pertrechar un universo conceptual que nos permita aproximarnos a aquel universo real, al que nos estaba vedado acceder directamente. La filosofía aspiraba a ser pasante, intermediario.

¡Empresa arriesgada, la del filósofo! ¡Transformar la individualidad existencial en concepto universal! A lo largo de su historia, la metafísica ha fracasado clamorosamente en infinidad de ocasiones. Su propia pasión le ha llevado a pervertir su esencia: Lo que originariamente debía haber sido un puente, una vía de acceso a lo real, se ha convertido en un obstáculo; en una tela de araña que, en lugar de facilitar, dificulta el contacto con lo real. La cosmovisión determina hasta tal punto la realidad que acaba por suplantarla.

En este sentido, la metafísica es pasión inútil. En nuestra aproximación a las cosas no alcanzamos a tocarlas sino que nos topamos con nuestra propia visión de las cosas, con aquellos conceptos que nosotros mismos habíamos creado para tratar de alcanzarlas.

Es por eso que la historia de la metafísica moderna es la historia de una suplantación: la realidad ha sido escamoteada y substituida por un concepto. Lo que anhelábamos era conocer el mundo, pero, en nuestro empeño apasionado por conseguirlo, lo que hemos hecho es substituirlo por un mundo imaginario que es creación nuestra. Queríamos el mundo y nos hemos quedado con un triste sucedáneo. ¡El concepto, herramienta maravillosa que nos impide ver lo real! Pantalla que oculta tras de si toda la irreductibilidad y riqueza de la existencia singular.

Los grandes desarrollos de la metafísica, en este sentido, son poco más que castillos en el aire. Son sistemas de razonamientos rigurosos y detallados que se refieren no a la realidad misma sino al concepto que ellos mismos habían utilizado para suplir la realidad. No tratan del mundo sino del pseudomundo que ellos han construido.

Y cuanto más profundizan en sus desarrollos, más se alejan de aquella realidad olvidada que trataban, inicialmente, de explicar. A mayor perfección conceptual, mayor se hace la brecha que separa la teoría del mundo. Su éxito, constituye su fracaso.

Spinoza llamó a la realidad sustancia. Fichte la denominó Yo. Schelling se refirió a ella como Absoluto, Hegel como Idea y Shopenhauer como voluntad. El proceso es similar: Dar por sentado que la realidad es A, cuando en realidad A no es otra cosa que el concepto que el metafísico ha ideado. Olvidando lo que sea la realidad en sí, se dedica con todas sus fuerzas a analizar de una manera pormenorizadísima e inclemente todos los vericuetos semánticos de su concepto. Del concepto que el utilizaba para suplantar la realidad.

Es la tragedia de la Cataluña actual: la cosmovisión nacionalista, omnipresente, que ahoga cualquier vestigio de realidad. Esa Cataluña conceptual, que suplanta, que empobrece, que oculta, que asola toda la riqueza y diversidad de la Cataluña real. En lenguaje informático actual: Una realidad virtual. En lenguaje de barrio: Un tocomocho. En lenguaje humano: Una cabronada para todos, menos para los que viven de ella.

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