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Juan Carlos Girauta

Fútbol, cultura y lo que sea

Muy enferma ha de estar una sociedad para no comprender algo tan simple: hay individuos que trabajan duro, que destacan, se labran una carrera y un prestigio... y acuden allá donde más se les valora.

Los temas que pirran al columnismo catalán me suelen dejar frío. Pero al leer la séptima opinión impresa en que se compara al nuevo director del Reina Sofía con un futbolista, me decido a pronunciarme. El parangón se asienta en una supuesta traición a Cataluña, pues el máximo responsable del museo madrileño resulta ser Manuel Borja-Villell, y su nombramiento –o, más bien, su aceptación– supone el abandono del Macba (Museu d’Art Contemporani de Barcelona). Así, Borja-Villell sería a la gestión cultural lo que al fútbol fue Figo, el portugués que prefirió Madrid a Barcelona por unos millones de pesetas que no sé si eran mil o mil quinientos de entonces, ni me importa.

Al gregarismo paleto se une la envidia, y a la envidia ese espíritu tan español –a fuer de catalán, en este caso– que Antonio Machado glosó de esta guisa: “No es el fruto maduro ni podrido, es una fruta vana”. Hombres antaño de casino provinciano y hoy de barra de bar, el manotazo presto, el verbo recio y tosco, la injuria siempre a punto, la jactanciosa arrogancia del estulto que empieza sus grandezas de humo con un “si por mi fuera...”, o bien “a ese lo que habría que hacerle...”, o quizá “yo lo cogía y...” Yo, me, mí, conmigo. Nada. Furia estéril. Odios de carajillo, lecciones de haragán que nadie ha demandado. Cualquiera de esos pobres seres, ante una oferta diez veces inferior a la que recibiera Figo, venderían su patria y sus dudosos principios, e incluirían a su madre en el lote.

Muy enferma ha de estar una sociedad para no comprender algo tan simple: hay individuos que trabajan duro, que destacan, se labran una carrera y un prestigio... y acuden allá donde más se les valora. Me refiero al único indicador de valor decente, fiable e indubitado socialmente: el dinero.

Figo aguantó durante años los abucheos, la lluvia de improperios de una tropa agañanada y envidiosa por hacer lo que ellos jamás tendrán ocasión de aceptar o rechazar. Estúpida turba que confunde el fútbol con la vida y equipara el equipo con la patria, colección de memos que buscan como locos fijar y subrayar una identidad de la que carecen calzándole a los niños la camiseta del club de turno y sembrando el odio ciego a un contrario cuya esencia extienden a la realidad toda de un área geográfica.

El nombre Figo significa traición. Bien, el fútbol tiene cosas así de deprimentes. Pero que metan en el saco de los traidores y de las camisetas insignificantes a un gestor que pasa del Macba al Reina Sofía refleja el deplorable estado mental y moral al que el nacionalismo aboca a las gentes.

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