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Juan Carlos Girauta

La nada nadea

Rodríguez no se siente culpable de nada. Pretende no ya que le perdonemos, sino que le aplaudamos por sus nobles intenciones mientras culpamos al PP de sus calamitosos resultados.

Hace falta valor para entrevistar durante ocho horas a Rodríguez; vaya desde aquí mi reconocimiento al director de El Mundo. Lo que ha obtenido merece archivo, años de poso, desempolvado y lupa, pues sólo con el tiempo y el distanciado análisis llegaremos a comprender lo cerca que ha estado España de la nada entre 2004 y 2008. Disueltos los afectos y los enconos, un día nos llevaremos las manos a la cabeza, nos preguntaremos cómo fue posible.

Y recordaremos: sobrevino un gobernante que puso boca abajo la política antiterrorista de su antecesor, con la que formalmente había colaborado. Cuando la banda que se enseñoreaba de aldeas septentrionales, que había dejado un millar de cadáveres, que obligaba a políticos no nacionalistas y a periodistas elocuentes a vivir escoltados, estaba a punto de desaparecer de la faz de la tierra, él le tendió le mano sometiendo al Parlamento a humillación. La mimó y cortejó, tuvo palabras agradables para alguno de sus carniceros, aquietó la acción de la justicia por somnolencia fiscal, consintió que sus brazos políticos llegaran a las instituciones, celebraran actos públicos y accedieran al erario, le insufló oxígeno hablando con ella de política a través de su partido, permitió que recobrara su dudoso prestigio en el estrecho segmento social que le es propio y, por tres veces, se negó a retirar su oferta de diálogo en la misma instancia y con la misma solemnidad con que había sido formulada. Paralelamente, minó la moral de las víctimas organizadas, las juzgó severamente, las acorraló. Con todo ello, la banda cobró vigor, se rearmó, se reafirmó en sus convicciones, vio sus objetivos al alcance de la mano y siguió asesinando.

Una vez fue palmario el error de su estrategia, y a punto de someterse a las urnas, el gobernante, inquirido por el periodista ("¿Qué falló entonces? ¿Qué pasó, señor presidente?"), respondió: "Quedó demostrado que no hay nada más nocivo y perverso que el uso de la violencia. [Antes de él, por lo visto, tal cosa no estaba aún demostrada.] Que, como me decía Tony Blair, si es difícil hacerse terrorista es mucho más difícil dejar de serlo".

Rodríguez no se siente culpable de nada. Al contrario: “¿En definitiva qué pasó? Que me entregué a una causa noble, desde principios nobles. Que pedí ayuda y no la tuve.” Pretende no ya que le perdonemos, sino que le aplaudamos por sus nobles intenciones mientras culpamos al PP de sus calamitosos resultados. En efecto, el PP no ha contribuido a una estrategia que se funda en el desconocimiento de que no hay nada más nocivo y perverso que el uso de la violencia. El PP no ha creído necesario someternos a la enésima demostración de un principio que sólo a Rodríguez escapaba. Tiene gracia, Rodríguez. No en balde titula Pedro J. su carta del domingo “Melón con sal”.

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