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Cristina Losada

El salvavidas de ZP

Z recurre a ese último refugio de tantos proyectos políticos aberrantes del pasado siglo: la salvación por las intenciones.

En Estados Unidos, donde el estado normal de la política, máxime en precampaña, es el que aquí se denomina "crispación", hay varias webs dedicadas a recopilar los bushismos, o sea, las frases tontas y erradas de Bush. No encuentro en España un trabajo similar, y no será por falta de material, sino tal vez por lo contrario. Y más ahora, que al acervo de zapaterismos hay que sumarle los contenidos en la entrevista-río que le ha practicado a ZP el director de El Mundo. El presidente derrama allí su buenismo por doquier, salvo para atizarles a los antipatriotas que se obstinan en no ver su bondad ni la de su política. El personaje que Z encarna en el escenario electoral es el de un pedazo de pan, movido por elevados ideales y que si no es santo, que todo se andará, a la beatitud se aproxima. El papel ya tuvo éxito. Entonces, nadie le conocía por sus obras, pero no está claro que eso importe mucho en un país donde el alto grado de desconfianza hacia los políticos se acompaña de una credulidad pasmosa y selectiva. Se prefiere la retórica agradable a los hechos que no lo son.

Zapatero El Bueno explica su negociación con los terroristas como un intento de salvar vidas. Más aún, afirma que esa es su obsesión y el mandato de cualquier presidente. Hasta ahora, salvar vidas se situaba en otro contexto. Pero a ZP no le chirría tomarlo por asalto y colocarse entre los bienhechores de la Humanidad para justificar sus componendas con la ETA. Gran Chamán de La Moncloa sería su título. Salvar vidas es, a todas luces, un propósito loable y, por eso mismo, lo pone el presidente junto a otro que no lo es. Para que la miel endulce el acíbar. Para que la nobleza del fin eclipse la perversidad de los medios y disculpe su fracaso. Z recurre a ese último refugio de tantos proyectos políticos aberrantes del pasado siglo: la salvación por las intenciones. Salió mal, pero las intenciones eran excelentes. Gracias a ese ardid, millones de personas siguen defendiendo el comunismo a pesar de que no ignoran sus crímenes. Un mecanismo habitual en la izquierda oportunista.

En el ámbito político la dialéctica de las intenciones no lleva a ninguna parte. Mejor dicho, nos saca de un lugar para meternos en otro. Nos hace prescindir del debate sobre los medios y los resultados. Abandonar el terreno de la racionalidad y entrar en las arenas movedizas del sentimentalismo. Y esa es la intención de Z con el cuento de sus buenas intenciones. Para que Juanito, votante y fan, se haga fuerte en un "vale, pero él quería evitar nuevas víctimas, ¡salvar vidas!". Momento en que el crispador profesional que le interpela echa su pizca de demagogia e inquiere cómo es que no ha retirado a los soldados de Afganistán. Si salvar vidas fuera la vocación de ZP, debería hacerse médico o científico, de la Cruz Roja, de Cáritas o de MSF. En su puesto actual, tiene obligaciones que, como el despliegue de tropas en zonas de guerra, pueden traer como consecuencia la muerte.

El terrorismo mata, amenaza y coacciona para deslegitimar y destruir el sistema democrático. ETA asesina para acabar con la España constitucional. Ofrecerle diálogo supone entrar en su juego. Estar dispuesto a negociar algún precio, y el primero es reconocerlos como interlocutor, los incentiva a continuar. Si con el terrorismo obtienen la recompensa de sentar a un gobierno a una mesa y a dos, una de ellas política, como Z pretendía, o les das lo que quieren o no renunciarán a una criminalidad que les reporta beneficios. El camino que emprendió Zapatero no salva vidas. Y cualquiera con dos dedos de frente lo sabía. Pero el "proceso de paz" era, para él, un salvavidas político.

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