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Jeff Jacoby

Un candidato fuera de lo común

Irónicamente, un político que es capaz de acusarse en público de ser "deshonesto" y "un cobarde" es aquél en el los electores tienen más motivos para confiar.

Cuando hace ocho años se presentó a presidente, a John McCain le preguntó un entrevistador qué pensaba de la bandera Confederada, tema espinoso en Carolina de Sur, donde en aquel momento resonaba un debate sobre si la bandera debía continuar ondeando sobre el Capitolio del estado.

McCain respondió de corazón: "Como todos sabemos, es un símbolo de racismo y esclavitud". Su respuesta enfureció a muchos votantes de Carolina del Sur, y después de la entrevista los ayudantes de McCain le obligaron a controlar los daños. Así que les dejó redactar una declaración "aclarando" su postura, y cuando los reporteros le preguntaron por la bandera en días posteriores él hacía un numerito de sacar el papel de su bolsillo y leer su declaración revisada. "En cuanto a cómo veo yo la bandera", empezaba, "comprendo a ambas partes". Se extendía para reconocer que muchas personas pueden juzgar la bandera "un símbolo de la esclavitud" –la opinión auténtica y original de McCain– pero que "personalmente, veo la batalla de la bandera como un símbolo de herencia".

Para la cuarta o la quinta vez que se planteó la pregunta, escribía más tarde McCain en sus memorias de 2002 Worth the Fighting For (redactadas junto a Mark Salter), podría haber dado la nueva respuesta de memoria: "Solamente insistí en la teatralidad de desplegar el papel y leerlo como si fuera un rehén leyendo el rescate. Quería transmitir a los periodistas que en realidad no pretendía sugerir que apoyaba izar la bandera, pero los imperativos políticos me exigían una cierta evasión por mi parte. Quise que pensasen en mí todavía como un hombre honesto, que simplemente tenía que pulir algunos detalles para poder llegar a ser un presidente honesto. Creo que eso empeoró la ofensa. Reconocer mi deshonestidad con un gesto no lo hacía menos falso. Incrementaba la ofensa revelando lo voluntario que había sido. O tienes las agallas para decir la verdad o no las tienes". Y sigue: "No fui sólo deshonesto; había sido un cobarde, y había separado mis propios intereses de los de mi país. Eso es lo que hizo imperdonable la mentira. Todos mis héroes, ficticios y reales, se habrían avergonzado de mí".

Intente, si puede, imaginar a Hillary Clinton escribiendo esas palabras. O a Mitt Romney. O a Mike Huckabee. ¿Es concebible que John Edwards, que ferozmente condena las carencias morales de los demás, hable alguna vez tan clara y duramente acerca de las propias? ¿Lo haría Ron Paul? ¿Barack Obama? Entre los principales políticos de América, no puedo pensar en alguno que sea tan claro acerca de sus propios errores, o que voluntariamente deje que el mundo le vea luchar con su conciencia.

Yo no voté a McCain en las primarias de 2000. Tampoco voté a George W. Bush. Como escribí en aquel momento, me salté por completo las primarias Republicanas porque me repugnaban las puyas baratas de los candidatos y airear trapos sucios. (McCain lo caracterizaría más tarde de la misma manera. "George y yo intercambiamos muchos insultos y acusaciones", escribía en sus memorias. "Las primarias se convirtieron en un asqueroso pantano de resentimiento, odio y baja calaña").

La segunda campaña presidencial de McCain se encuentra hoy en mitad de un renacimiento notable. Hace unos cuantos meses era invisible y casi olvidado, con sus cifras de popularidad en caída libre y su cuenta bancaria agotada. Hoy se acercaba a la cabeza de New Hampshire, a apenas tres puntos porcentuales por detrás del favorito Mitt Romney.

Una impresionante colección de extraños compañeros de cama periodísticos –el progre Globe y el Des Moines Register, el conservador Boston Herald y el Manchester Union-Leader, hasta el Daily Iowan de la Universidad de Iowa– han mostrado su aprobación por separado al senador de Arizona. También cuatro secretarios de estado bastante diferentes: Henry Kissinger, Alexander Haig, Lawrence Eagleburger y George Shultz. McCain cuenta incluso con las bendiciones del Senador Joe Lieberman, el vice candidato presidencial del Partido Demócrata del 2000. Los políticos que son muy obstinados y polémicos normalmente no logran el apoyo de regiones tan dispares del mapa filosófico. Si el eslogan no estuviera tan usado, McCain podría afirmar acertadamente estar presentándose a la Casa Blanca como un una persona que une, no como una persona que divide.

En la nueva encuesta del Globe, un descubrimiento llama mi atención. Preguntados por el candidato que juzga "más digno de confianza" el 30% de los probables electores Republicanos elige a McCain –el mayor porcentaje de cualquier candidato, Republicano o Demócrata. Con el 29%, Obama es casi igual de digno de confianza. Entre los Republicanos, el 23% de Romney le coloca en segundo lugar, no muy por detrás de la evaluación de fiabilidad de McCain. Pero las cifras de los dos se han estado desplazando en direcciones opuestas. Cuanto más conocen a los candidatos los electores, menos confían en Romney y más confían en McCain.

No me sorprende. No porque imagine que McCain es un santo. Simplemente es un ser humano sencillo con un par de esqueletos en su armario. Pero se esfuerza por prestar atención a los mejores dones de su naturaleza y nos deja ver la lucha. Irónicamente, un político que es capaz de acusarse en público de ser "deshonesto" y "un cobarde" es aquél en el los electores tienen más motivos para confiar. Y un futuro aspirante presidencial que pueda estar a la altura de sus propios lapsos morales y escribir con sinceridad, Todos mis héroes… se habrían avergonzado de mí" no es un candidato común.

Y si hay algo que la política americana necesita desesperadamente en estos tiempos es un candidato muy distinto a los demás.

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