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Carlos Semprún Maura

Caperucita Roja y el lobo capitalista

Nadie propondría cerrar todos los hospitales porque diez (o cien) médicos roban morfina para venderla de estraperlo. Sin embargo, eso es exactamente lo que está ocurriendo con esta crisis de la Societé Genérale.

¡Qué lástima! Al principio todo aparentaba ser el "robo del siglo", uno que hubiera querido para sí Michael Douglas en su película. Un modesto trader, o broker, o lo que sea, Jeróme Kerviel, gracias a una portentosa habilidad en la compraventa de acciones y en el manejo de su ordenador mágico se va haciendo durante un año con 4.900 millones de euros sin que nadie se dé cuenta de nada y desaparece en un paraíso no sólo fiscal, sino también climático. Pues nada de eso: el bonito cuento de hadas se desinfló el sábado por la tarde, el fugitivo – que no lo era– se presenta voluntariamente a la brigada financiera de la Prefectura de Policía de París, y habla por los codos.

Sus abogados afirman que los culpables son los directivos de la Societé Genérale, que estarían intentando convertir a su cliente en chivo expiatorio para ocultar sus propias culpas, o sus errores. Hemos entrado, por lo tanto, en un largo y bochornoso periodo de acusaciones mutuas, de investigaciones policiales y judiciales, y es muy probable que todo termine en agua de borrajas. Puede que tenga que dimitir el presidente de la Societé Genérale, Daniel Bouton, y es posible que, aprovechándose de sus dificultades, otro u otros bancos le lancen una OPA hostil y se lo "coman", pero la historia no es lo que aparentaba ser al principio: la aventura de un nuevo Arsène Lupin en la era de la informática.

Ahora bien, nadie propondría cerrar todos los hospitales porque diez (o cien) médicos roban morfina para venderla de estraperlo. Sin embargo, eso es exactamente lo que está ocurriendo con esta crisis de la Societé Genérale. De Sarkozy a Besancenot, y no digamos ya Ségolène o Hollande, todos aprovechan para exigir el cierre de los hospitales, o sea, condenar el capitalismo. Con un matiz importante, sin embargo, entre quienes condenan el capitalismo a secas y quienes quieren "moralizar el capitalismo financiero". Pero todos exigen más control, cuando los controles ya existen y hasta sobran, pero, como en este caso, no funcionan.

Me hizo gracia, la otra tarde, cuando en un plató de televisión Claude Cabannes, editorialista de L’Humanité, y una periodista de Liberation se lanzaron con cinismo a un ataque en regla contra el capitalismo cuando sus diarios son puros productos capitalistas. Sin lectores, L’Humanité, periódico comunista, sigue existiendo gracias a subvenciones estatales y del "Gran Capital": TFI (Boygues) y Lagardére. Y Libération, con insuficientes lectores, lo ha comprado un Rothschild Junior, de la ilustre familia de banqueros, que el antisemitismo popular equipara a lo peor del "capitalismo financiero".

Pero los que, sin abogar por la destrucción del capitalismo, defiende el capitalismo de Estado, o al menos, un férreo control estatal del capitalismo, se "olvidan" de citar el caso de Le Crédit Lyonnais, banco estatal, que bajo la presidencia de Mitterrand, y con ministro de tutela sociata se lanzó a una serie de especulaciones y desfalcos (hasta quisieron comprar Hollywood) que lo llevaron a la bancarrota. El Gobierno sociata creó un impuesto especial para liquidar la gigantesca deuda, y luego lo privatizó: negocio doble y redondo. Mientras tanto, un misterioso incendio destruyó los archivos del banco y las pruebas de la infamia. Este debe ser el modelo de capitalismo socialista que pregonan nuestras caperucitas rojas.

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