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Charles Krauthammer

Las infinitas chaquetas de John Edwards

Si de nada le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma, ¿cómo calificar que la venda por el 4% en los caucus de Nevada?

Se puede perder. También se puede perder con honor. Y luego está John Edwards.

Mike Huckabee no va a ser presidente. Su derrota en Carolina del Sur, uno de los estados más evangélicos de la unión, lo dejó claro. Con un techo del 14% entre los republicanos no evangélicos, la base política de Huckabee es sencillamente demasiado reducida. Pero su historia no es la de un ascenso seguido de una caída, pues salió de la nada para establecerse como la voz de un electorado importante en el nivel nacional. Huckabee seguirá importando, y hasta podría llevarse suficientes estados sureños como para poseer un peso considerable en una convención republicana fracturada.

Fred Thompson tampoco será presidente. Su campaña fracasó, aunque de forma bastante honorable. Nunca ocultó sus intenciones. Rechazó reinventarse. Se presentó de manera directa y honrada, tal vez demasiado. Lo que le faltó fue esa ambición feroz, casi demencial (el llamado "fuego en el pecho"), pero necesaria para navegar por la abigarrada empresa que es el proceso de candidatura en nuestros días. La decencia política no es una virtud extendida; Thompson la tiene. Sería un buen fiscal general, y no sólo en la televisión.

Luego está John Edwards. Tampoco va a ser presidente. Permanece en la pugna porque, con el sistema de representación proporcional de los demócratas, la lucha por la candidatura presidencial entre Barack Obama y Hillary Clinton podría terminar siendo muy ajustada, lo que permitiría que un perdedor con, digamos, el 10% de los delegados, pudiera ser la pieza clave de la convención.

Es un premio de consolación, tal vez incluso canjeable por un cargo en el gabinete del presidente. Pero a un precio considerable, ya que su campaña ha sido un auténtico espectáculo.

Edwards ha exprimido a fondo su arrepentimiento por haber votado a favor de la guerra de Irak. Pero no se ha detenido allí. Toda su campaña ha sido una orgía de renuncias y lamentos. Fíjense en su historial como senador:

  • En 2001 votó a favor de una ley de insolvencia que ahora denuncia.
  • Votó en dos ocasiones a favor de almacenar residuos nucleares en el complejo de Yucca Mountain en Nevada. Ahora es ferozmente contrario a esa medida.
  • Votó a favor de la reforma educativa Bush-Kennedy, la conocida ley No Child Left Behind. Ahora hace campaña en su contra, prometiendo obligar a que sea "enmendada de manera radical".
  • Votó a favor de la Patriot Act, llamándola "una buena ley... y me complace apoyarla". Ahora la combate.
  • También votó a favor de normalizar las relaciones comerciales con China. ¿Tengo que explicar su postura actual? Pues sí, ahora hace campaña en contra del libre comercio con China, que considera una medida que favorece la avaricia de los grandes agentes multinacionales a costa de la clase media...

Impresionante. La gente puede cambiar de opinión en algo, ¿pero en todo? El tipo cumplió una legislatura en el Senado sin que una sola ley importante llevase su nombre y con una sorprendente ristra de votaciones en materia de comercio, educación, libertades civiles, energía, insolvencia y, por supuesto, la guerra, a las que ahora no solamente renuncia, sino contra las que se despacha a gusto.

Hoy interpreta al ángel vengador sumido en "una lucha épica" contra los grandes malhechores económicos que "literalmente", nos asegura, "se han hecho con el control del Estado". Está furioso y encarna el típico fanatismo del converso, dispuesto a sacrificar a cualquiera que defienda con ignorancia cualquier revelación distinta a la que recientemente haya recibido él, ese nuevo fanático.

Nada nuevo si hablamos de conversos. Nada nuevo si hablamos de conversos fanáticos. Sin embargo, lo que distingue a Edwards es su afirmación, repetida hasta la saciedad, de que el populista furibundo que es hoy corresponde en realidad a lo que siempre ha sido. Que ésa ha sido "la causa de mi vida", el núcleo mismo de su ser, inculcado por su padre ante el lecho de muerte de su madre, o dónde y cuándo fuera, según la anécdota que le toque contar.

Hay que entenderle. Para él lo que hace no es política, sino que "esta lucha es profundamente personal para mí. Llevo inmerso en ella toda mi vida"... menos en sus años como senador, el único cargo público que ha ocupado nunca.

La audacia de la cantinela es asombrosa. A tenor de su historial, por otra parte confesado por él mismo, su postura actual no es sino un barniz recién aplicado. Y su afirmación de que es la expresión de su alma interior resulta una farsa, una cínica patraña que resulta particularmente insultante para los auténticos izquierdistas. Así, por ejemplo, el senador Russ Feingold dijo al diario Post-Crescent de Appleton, Wisconsin:

El candidato presidencial más problemático con diferencia es Edwards. Votó a favor de la Patriot Act y hace campaña en su contra. Votó a favor de la ley No Child Left Behind y hace campaña en su contra. Votó a favor del acuerdo comercial con China y hace campaña en su contra. Votó a favor de la Guerra de Irak... basa su campaña en el uso milimétrico de lo que yo he votado en el Senado, aunque sus votos fueran diametralmente opuestos a los míos.

Si de nada le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma, ¿cómo calificar que la venda por el 4% en los caucus de Nevada?

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