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El resurgir de los directorios

la patética imagen de nuestro ministro de Exteriores practicando lenguas aborígenes centroafricanas mientras los grandes se reunían en Londres para hablar de lo realmente importante

Los estados necesitan marcos institucionales donde discutir y acordar posiciones comunes. Tras los desastres provocados por las guerras napoleónicas el canciller austríaco Metternich organizó un mecanismo de cooperación que acabaría marcando una época. Desde entonces, la imagen de los directorios ha estado siempre presente. Para muchos idealistas, uno de los retos del tiempo presente era dejar atrás esta figura para dar un salto adelante: dar vida a los organismos internacionales. Se trataba de superar un mecanismo establecido sobre el poder real para consolidar otro supuestamente asentado en el derecho internacional. Los sueños sueños son y cuando uno se despierta se encuentra, de mejor o peor humor, con la realidad.

Los organismos internacionales tienen la virtud y la limitación de recoger en su seno a todos los afectados. Todos están y todos votan. Pero como los temas delicados no pueden ser discutidos de forma asamblearia, ni las grandes potencias están dispuestas a ser tratadas como uno más, cuando hay un tema relevante se canaliza a través de mecanismos singulares. La democracia no funciona en la sociedad internacional, es el equilibrio de poder quien impone criterio.

En Naciones Unidas están todos y todos votan, pero sus resoluciones sólo tienen carácter de recomendación. Es el Consejo de Seguridad quien decide, pero el Consejo es un directorio donde los socios permanentes tienen derecho de veto. Este veto es el que hizo posible que los grandes aceptaran formar parte de él y la razón de su falta de operatividad ¿Cuántas crisis importantes han sido resueltas a través del Consejo?

En el conflicto de Kosovo no hubo acuerdo, pero era necesario mantener el diálogo. La solución fue crear un directorio ad hoc, en el que estaban las grandes potencias afectadas pero sin veto y sin capacidad para generar derecho. Era sólo un ejercicio de poder. Más tarde o más temprano de ese ejercicio se derivarían resoluciones del Consejo de Seguridad.

La globalización de la economía llevó a la formación del G-7, luego G-8 y mañana quién sabe. Es el marco de intercambio de ideas e información para fijar posiciones comunes sobre un conjunto de temas que no cesa de crecer. Sabemos por qué se creó, pero no podemos adivinar hasta dónde llegará.

No se trata de que repasemos la larga historia de los directorios, pero sí de que no perdamos de vista su papel, porque nos jugamos mucho en ello.

En Europa el extraordinario crecimiento de la Unión ha llevado a que sus órganos decisorios hayan perdido operatividad. Lo que antes era una pequeña reunión de amigos ahora es una asamblea. Los grandes necesitan marcos distintos para poder negociar tomas de posición tan urgentes como trascendentes. El tema no es nuevo. De forma discreta delegados de los estados más importantes se reunían para preparar iniciativas conjuntas. Ahora el problema es mayor y mayor la necesidad de estas reuniones. A nadie le puede sorprender la iniciativa del premier Brown, convocando a sus iguales francés, alemán e italiano, junto al presidente de la Comisión, para tratar las medidas más apropiadas para hacer frente a la crisis económica. Ha hecho lo lógico y lo responsable. Algo tan evidente como que los recién redefinidos órganos de la Unión no pueden cumplir su misión.

La política exterior de España ha buscado de forma obsesiva lograr una posición de influencia en la sociedad internacional, tras largos y humillantes años de aislamiento. Cada Gobierno ha hecho lo que ha podido. Con Aznar conseguimos más de lo que habíamos imaginado. Éramos fuertes en Bruselas y en Washington. Comenzamos a negociar el ingreso en la nueva versión del G-8. Luego llegó la "vuelta al corazón de Europa", la desaparición de la escena internacional y la patética imagen de nuestro ministro de Exteriores practicando lenguas aborígenes centroafricanas mientras los grandes se reunían en Londres para hablar de lo realmente importante. El tiempo corre en contra nuestra. Si no nos reincorporamos en breve al pelotón de cabeza quedaremos fuera de los grandes directorios de nuestra época. Exactamente lo que quieren aquellos que, desde distintos frentes, buscan la desmembración de España.

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