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José García Domínguez

Morir / Matar

Quizás el primer hombre considere también atroz e injusta la derogación de aquel célebre decreto de la "muerte piadosa" que firmara Hitler el 1 de septiembre de 1938.

A fuerza de repetición y con un buen conocimiento del psiquismo de las personas, debería ser completamente posible probar que un cuadrado es, de hecho, un círculo. Puesto que, después de todo, ¿qué son "círculo" y "cuadrado"? Meras palabras. Y las palabras pueden modelarse hasta volver irreconocibles las ideas que transmiten.

Joseph Goebbels

Un hombre que ama a su madre, enferma terminal de cáncer, le provoca la muerte con tal de ahorrarle el sufrimiento de una dolorosa agonía, y para que mantenga la dignidad en la última vuelta del camino, tal como ella le había rogado. Luego, el hombre permanece en silencio durante quince largos años. Y sólo se decide a confesar su acción cuando otro hombre es acusado no de precipitar el fallecimiento de su propia madre, sino el de las madres de los demás. Madres de desconocidos, a las que ni el primer hombre ni el segundo habían consultado para conocer su opinión sobre la forma más digna de dejar de vivir. Madres tan anónimas, prescindibles e insignificantes como el sufrimiento de sus hijos. Unos hijos cuyos sentimientos, por lo demás, tampoco merecen la menor consideración ni al primer ni al segundo hombre.

El hombre que facilitó la muerte de su madre admira profundamente al segundo hombre, por creerlo responsable de todas esas muertes anónimas, prescindibles e insignificantes de las madres de otros; si no fuera así, no tendría sentido que le haya dedicado el relato por escrito del que era el secreto más íntimo de su existencia. Y por eso mismo dice encontrar "atroz e injusto lo sucedido". Porque el primer hombre considera atroz e injusto que las madres de los demás dejasen de expirar súbitamente, contra su deseo y el de sus familiares, cuando el segundo hombre fue apartado a la fuerza de su vera. Pues no otra cosa fue "lo sucedido".

Quizás el primer hombre considere también atroz e injusta la derogación de aquel célebre decreto de la "muerte piadosa" que firmara Hitler el 1 de septiembre de 1938. Al cabo, el Fuhrer no hizo más que imponer en todas las salas de urgencias de Alemania unos hábitos necrófilos idénticos a los que él prejuzga en el segundo hombre. En ese muy verosímil supuesto, bajo la sentida dedicatoria que publicó ayer en El País sólo se echaría de menos una reproducción de la no menos célebre carta que recibían las familias de los sometidos a la eutanasia (nacional) socialista. Una que rezaba tal que así:

Lamentamos informarle que su....... fue trasladado a nuestra institución por orden ministerial e inesperadamente ha muerto el...... de....... Todos los esfuerzos médicos para salvarle han sido inútiles.

Dada la grave e incurable enfermedad que padecía, su muerte le ha evitado una permanente estancia en nuestra institución y ha significado una liberación. Para evitar epidemias contagiosas, nos hemos visto obligados a incinerar el cadáver inmediatamente.

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