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Cristina Losada

Seducidos por las poses

¿Cómo han de saber los actores, encerrados en su torre de sueños, que bajo Z, como antes bajo X, quienes salen más perjudicados son los trabajadores, los de rentas más bajas y, en suma, los débiles?

Ahora mismo no sabría decir si hay más teatro en la política o más política en el teatro. El demagogo ha de ser teatral si quiere llevarse el gato al agua. Y el actor hace gala –y galas– de conciencia política con mensajes que llevan como angustiada posdata que no los tomen por gente frívola, que no todo es jijijajá entre candilejas y cámaras, y que ellos también se preocupan por los problemas del mundo en que vivimos. La aureola del justiciero social sustituye a la del genio de la escena, más difícil de conseguir. Un tipo mediocre en lo suyo consigue notoriedad porque quiere encerrar a Bush o a Aznar. Aunque también los que tienen talento sucumben a la tentación de nadar en esas aguas a favor de la corriente. A fuerza de hablar de lo que apenas saben, caen en la frivolidad política, que es mucho peor que la frivolidad a secas, la cual no daña a nadie. No sorprende que el establishment del cine y el teatro, más cantantes anexos, se sienta afín a un PSOE como el de Z, cargado de maquillaje retórico, especialista de la sobreactuación y engreído exhibicionista de poses.

Tras las galas de los Goya y de los Max, que en los últimos tiempos se politizan selectivamente, es decir, cuando hay elecciones, un portavoz del PP atribuyó la artillería verbal de ciertos actores contra su partido al natural agradecimiento de quienes reciben subvenciones del Gobierno. Pero no es así, puesto que también los gobiernos del PP mantuvieron abierto el grifo del dinero para el cine y la cultura. Los estómagos que recibieron ese maná fueron entonces desagradecidos, por lo que no se trata sólo de la pela. Pues, oportunistas al margen, que los habrá, los actores que sueltan su morcilla contra la guerra de Irak, la Conferencia Episcopal o la derecha probablemente se creen lo que dicen. Total, que la cuestión es más grave. Tiene que ver con las ideas, terreno que el partido del centroderecha español no suele explorar y pisa lo menos posible, salvo excepciones singulares, en el día a día de la política. Así, deja el camino despejado para la hegemonía cultural "progre", que es la madre del cordero.

En el catecismo de esa versión descafeinada pero radical de la izquierda figura en sitio destacado la creencia en que están del lado de los débiles. Antes ocupaba ese lugar la clase obrera, pero lo que quedó de la izquierda tras el fracaso de la profecía del fin del capitalismo y el desenmascaramiento de los horrores comunistas hubo de reinventar a los explotados. Le pasó, más o menos, lo que a Lenin cuando supo que unos obreros huelguistas ingleses habían jugado un partido de fútbol con agentes de policía; dijo que los ingleses nunca harían una revolución y suprimió las ayudas a los comunistas británicos. Los obreros siguen ahí, y en las siglas, pero salen en coreografías como la que se ha montado De la Vega en Almusafes. La vice posa sonriente y fashionaria en la pasarela de la Ford entre los aplausos "de clase". Y más vale aplaudir, que ahí está Nicolás Redondo como prueba de lo que pasa cuando el sindicato se rebela contra el partido nodriza.

¿Cómo han de saber los actores, encerrados en su torre de sueños, que bajo Z, como antes bajo X, quienes salen más perjudicados son los trabajadores, los de rentas más bajas y, en suma, los débiles? ¿Cómo van a enterarse de que la libertad y la justicia, la igualdad y la solidaridad se están destruyendo bajo la acción conjunta de un partido tomado por una pandilla de arribistas y de unos nacionalistas pre-totalitarios? Más que criticar a esos actores hay que compadecerlos. Ante una representación política, no logran descubrir qué hay detrás de los personajes. Se dejan seducir por la retórica, por la pose.

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