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José García Domínguez

Alegría

Alegría, mucha alegría, en suma, ante el chollo de los bolos de verano garantizados por las concejalías de cultura, el programita en La Primera con tan sólo una llamada a Ferraz y el chute de Botox con cargo a los Presupuestos Generales del Estado

En el mundillo de los ganapanes de la farándula existe una antiquísima técnica de eficacia contrastada que consiste en levantar el puño para, aprovechando el revuelo de admiración que esa pose airada siempre causa entre los no avisados, levantarle, de paso, la cartera al respetable. Lo de ese vídeo tan enternecedor, el de la alegría (de jamar del cuento), que tanto recuerda a los salmos del Día de Acción de Gracias en los comedores del Ejército de Salvación, no deja de ser una variante sofisticada del mismo truco de siempre. Un ardid que, por lo demás, nunca les había fallado.

Nunca, hasta que en los tristísimos tiempos de Aznar un muy sombrío dictamen el Tribunal de Defensa de la Competencia sentenció literalmente lo que sigue: "No parece que el genio individual o colectivo de un país haya necesitado, a lo largo de la historia, medidas especiales de protección frente a las manifestaciones culturales de otros". Nadie se extrañe entonces de que diesen en saltar con júbilo incontenible en cuanto el Adolescente aterrizó en La Moncloa.

Y, claro, ahora cantan a la alegría de ver con alivio que las cosas siguen como toda la vida; igualito que cuando doña Carmen Polo organizaba aquellas entrañables galas benéficas por Navidad, y las folklóricas se partían los pulmones de gratis a mayor gloria de su excelencia. Al cabo ¿a qué otra cosa podrían cantar los espectros virados en sepia del vídeo? ¿A un público tan alienado y romo que se empeña en no soltar un céntimo por su arte? ¿O acaso a la competencia estimulante de todos los artistas jóvenes y con talento a los que llevan un cuarto de siglo cerrando el paso?

Repare un psicoanalista –ni siquiera sería menester que fuese argentino– en la literalidad de los versos de Benedetti que entonan radiantes todos esos viejos roqueros que no se mueren ni a tiros. Alegría frente a la "ajada miseria"; alegría frente a las "ausencias breves o definitivas"; alegría frente "al pasmo y las pesadillas"; alegría frente "al azar"; alegría frente a "los paros cardiacos"; alegría frente "al óxido y la roña"; alegría frente a "los graves diagnósticos"; y sobre todo, qué alegría, madre, frente "a la famosa pátina del tiempo".

Alegría, mucha alegría, en suma, ante el chollo de los bolos de verano garantizados por las concejalías de cultura, el programita en La Primera con tan sólo una llamada a Ferraz, el chute de Botox con cargo a los Presupuestos Generales del Estado, y la cura anual de adelgazamiento en el Incosol de Marbella financiada por la mano que mece la cuna.

Y a vivir, que son dos días.

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