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Agapito Maestre

Un votante socialista

Lo peor de ese muchachote socialista no es que vote al PSOE. Eso está dentro de cualquier lógica política e incluso electoral. El problema es que odia a los del PP, o peor, estigmatiza a quienes no estén de acuerdo con el PSOE.

Es un chico joven. Se considera una persona centrada. Normal, muy normal, me reitera varias veces durante nuestra conversación. Creo que no se lo cree demasiado, pero aparenta con cierta decencia su normalidad. Trata de hablar conmigo de "política", sí, de la espuma esa de buenos y malos, derecha e izquierda, Zapatero el bondadoso y la derechona, y otras cosas parecidas. Nada. Majaderías. Formas de ocultar lo fundamental. Lo político. Lo común. Noto que está en plena campaña electoral. Es un sectario en estado puro. No quiere hablar sino apresar al interlocutor hasta conducirlo a la urna para que entregue su voto a los socialistas. Merece la pena hablar de él. Es representante de toda una generación que repite los mismos esquemas resentidos de hace décadas. Vamos a ello.

Lo pruebo, o sea, le levanto la voz. Le digo medio en broma que mire bien y abra los ojos. No te engañes. Estamos sobre un estercolero de propagandistas sin más moral que engañar a sus propios votantes. El PP, al menos, presenta propuestas sensatas y coherentes, aunque a veces lo haga tarde y con poca pedagogía política. Acusa el castigo y arremete con pujanza de novillo. Lo esperaba. Lo dejo hablar lo justo: tiene claras las consignas; a veces, parece que se las hubieran inyectado en vena y son tan suyas como su cuerpo. Su odio sobre la excelencia se le nota demasiado. Es el estro que mueve todas sus consignas. Salta a la vista y, mucho más, al oído; a este tipo de gentes es mejor oírlas que verlas, porque no puede parapetarse en los gestos y las sonrisitas, en las palmaditas de coleguillas y los guiños corporales. Revelan mejor sus "tópicos" a través de las palabras enlatadas y seleccionadas por los conocedores de los viejos arcanos del estalinismo.

Antes de expresar sus auténticas intenciones, buscan el tobillo del contrario, sí, las partes de su alma, que más daño y dolor pudieran causarle. Él que me ha tocado, insisto, es un hombre joven. Tiene 31 años. Trabaja en un grupo editorial importante. Lleva la comunicación de una de sus editoriales. Defiende con ardor la pluralidad informativa de TVE. Nunca el PP hubiera desarrollado una línea más neutral de los partidos políticos, dice muy serio e impostando la voz, que la llevada a cabo por el PSOE en Televisión Española y Radio Nacional de España. Desprecia a Telemadrid. Le dan miedo los programas de Buruaga y Valenzuela. Y, sobre todo, siente pavor de algunos periodistas cuando los ve en Telemadrid. Su fijación con esta televisión es casi patológica. Para nada cita Canal Sur, y eso que pasa buena parte de su vida en Sevilla.

Pero, por favor, que nadie le diga que no hay pluralismo en los medios de comunicación de España. Es un oasis de neutralidad en una Europa encanallada. Él disfruta con el humor y la amenidad de Telecinco y la independencia de Antena 3. Sigue a pies juntillas a la prensa de Prisa y no le disgusta el Público. Repite sin cesar que nuestro país está muchísimo mejor que hace tres años. Está muy orgulloso de Rodríguez Zapatero, sobre todo de su buen rollo, de su afabilidad, de su cariño por los débiles y oprimidos. Es un tipo cercano que ni ha destrozado la nación ni ha negociado con ETA. Como si yo no supiera con quien hablo, me reitera, te lo digo yo que soy un tipo muy normal, muy centrado, y que voto al PSOE. Créeme: Rodríguez Zapatero ha puesto a este país entre los mejores del mundo. Estoy a punto de desmayarme, pero antes le gritó alguna obviedad y me contesta con una mala caricaturización de la figura de Rajoy: "Es un viejo, fumando puro en el casino y oliendo a colonia Barón Dandy. A ese tipo yo nunca le votaré."

En esa última frase, un exabrupto sentimentalista, hallamos el compendio de todas las ideas políticas de este muchachote. No digo que los partidos políticos de las democracias avanzadas no recurran de vez en cuando, y con sentido del límite, a la movilización de los afectos y las emociones para captar el voto, pero hacer depender una campaña sólo de eso es tanto como reducir la "vida pública" a resentimientos villanos. Un estercolero: vida pública degenerada. Naturalmente, con música e himno de la alegría a cargo de los auténticos maestros de la campaña socialista: los actores, intelectuales y otras yerbas similares. Alegría para alimentar el encanallamiento de una generación que tiene entre 25 y 40 años.

La sentimentalización de la política conduce a España a un despeñadero de resentidos y totalitarios. La movilización de las emociones para captar el voto tiene un pase, pero cuando esa treta se fundamenta en el odio al adversario estamos a un paso del enfrentamiento social. Lo peor de ese muchachote socialista no es que vote al PSOE. Eso está dentro de cualquier lógica política e incluso electoral. El problema es que odia a los del PP, o peor, estigmatiza a quienes no estén de acuerdo con el PSOE. El odio, sí, impide el desarrollo de cualquier lógica democrática. Precisamente por eso, porque el PSOE ha hecho de ese odio su principal oferta electoral, este país ha retrocedido a sus etapas más crueles.

Odio, sí, y resentimiento ante la excelencia pueden darle la victoria a Rodríguez Zapatero. ¿Resentimiento? Sí, sí, resentido es quien reduce a la oposición al franquismo, cuando los verdaderos hijos del franquismo están en el PSOE, y convierte a Rajoy en una caricatura, un tipo antiguo, engominado y de casino de pueblo.

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