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Emilio J. González

¡Es la economía!

El estado de la economía, por tanto, es un elemento fundamental en las elecciones norteamericanas. Por primera vez en la historia de nuestra joven democracia, también pueden serlo en los comicios del próximo 9 de marzo.

Unos meses antes de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 1992, en las que las encuestas no eran favorables al inquilino de la Casa Blanca, George Bush padre, The Wall Street Journal publicó un artículo con el llamativo título de Es la economía, estúpido para advertir a Bush que o empezaba a enderezar la situación económica o podía dar por perdida la reelección. Por entonces, la economía estadounidense estaba inmersa en una recesión que le costó la derrota electoral a Bush al no haber sabido tomar las medidas a tiempo para superarla. El estado de la economía, por tanto, es un elemento fundamental en las elecciones norteamericanas. Por primera vez en la historia de nuestra joven democracia, también pueden serlo en los comicios del próximo 9 de marzo.

Hasta ahora, en España, una maltrecha situación económica no ha servido para cambiar el signo del Gobierno. En las elecciones generales de 1986, en plena crisis económica y con una tasa de paro que superaba el 20% de la población activa, la entonces Alianza Popular liderada por Manuel Fraga aspiraba a obtener el triunfo en las urnas y desplazar del poder a los socialistas de Felipe González a causa, precisamente, del grave deterioro de la coyuntura económica y laboral. Sin embargo, González, que adelantó las elecciones casi un año para aprovechar como baza electoral la entrada de España en la Unión Europea, no solo salió vencedor sino que además renovó su mayoría absoluta. Meses después Fraga dejaba la presidencia del partido.

En 1993 la situación volvió a repetirse. España estaba inmersa en la más grave y profunda crisis económica desde la del petróleo de 1973, con una tasa de desempleo que se acercaba a velocidades de vértigo al 24% de la población activa. Ello, unido a la corrupción galopante y al comienzo del caso de los GAL hacía pensar en una victoria del Partido Popular de José María Aznar. Pero el futuro presidente del Gobierno, aunque mejoró los resultados históricos de su formación política, no obtuvo la victoria y tuvo que contentarse con hacer perder a González la mayoría absoluta.

Estos resultados, pese a la gravedad de las circunstancias económicas, eran fruto de la falta de fe de los españoles en políticas económicas alternativas a las desplegadas por el PSOE. Parecía como si el discurso de los socialistas acerca de que las sociedades postindustriales occidentales tenían que caracterizarse necesariamente por elevadas tasas de desempleo había hecho mella en el ánimo de los votantes, incapaces de percibir la existencia de otras opciones, de otros modelos. Los ocho años del PP en el poder no sólo demostraron que, efectivamente, había otra forma de hacer las cosas, sino que devolvieron a los ciudadanos la confianza en que los problemas económicos podían tener solución, incluso uno tan grave como el paro, y les devolvió la esperanza a aspirar a mejorar sus niveles de vida con el tiempo, una esperanza perdida veinte años antes.

Esa percepción de la política económica y sus efectos sigue hoy presente en la mente de muchas personas y puede ser determinante de lo que ocurra en las urnas el próximo 9 de marzo. Las encuestas arrojan una preocupación creciente por la situación económica, que se acrecienta cada vez que se publica un dato laboral, de inflación, de actividad productiva, de impagos y problemas en las empresas, es decir, una cifra que sugiere dificultades económicas presentes y futuras. El Gobierno de Zapatero no contaba con llegar en estas condiciones a unas elecciones que, según los últimos sondeos de opinión, tiene cada vez más cuesta arriba. Y es que creyó que los efectos de las medidas tomadas por el PP le permitirían aguantar toda la legislatura sin adoptar decisiones de política económica y ahora se encuentra con que las cuentas no le salen.

Con razón Solbes pidió a Zapatero que adelantase las elecciones a octubre porque la economía no aguantaba. El vicepresidente económico tenía razón, no sólo por hacer bien esos cálculos sino porque se había percatado de esa nueva realidad sociológica electoral que dice que la economía, esta vez sí, cuenta. El propio Zapatero parece entenderlo también, ya que, pese a empeñarse contra todo y contra todos en agotar la legislatura, sus propuestas estrella están todas ellas en el terreno económico. Lo malo para él es que, como Bush, no ha tomado medidas a tiempo. Lo peor, que las que ahora propone, además de ir contra la libertad económica, pueden poner las cosas todavía peor. Eso los ciudadanos lo saben.

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